La actuación del pasado 30 de marzo en Carrión de Calatrava (Ciudad Real) ha sido de las más sui generis de mi carrera. Todo empezó cuando un promotor amigo me dijo que si me apetecía participar en el pregón de las fiestas del pueblo, cantando un par de temas con música pregrabada desde el balcón del ayuntamiento. A este promotor le tengo en estima y bueno, aunque no soy muy amigo de cantar con música enlatada (cosa que solo he hecho tres veces en mi vida, dejando parte alguna televisiones) le dije que sí, al fin al cabo era una cosa anecdótica y a estas alturas del año me apetece mucho viajar. El hotel estaba lejos, en Almagro, a 17 km, cosa que no me gusta nada, pero bueno, termino rápidamente y listo, me dije.
Pero todo comenzó a torcerse con la lluvia. La corporación municipal decidió cambiar la ubicación por este motivo y todo el acto se trasladó a una nave y allí comencé a hacer de tripas corazón, me tocaba cantar en un escenario grande yo solito, aargh, y la situación se tornaba algo cutre y confusa, todo se iba retrasando. Paseíllo por el pueblo con banda municipal, alcalde y concejales, hala con la España rural, esto parece una peli de Fellini, picoteo en una carpa adyacente y para allá que vamos. La verdad es que comencé a sentirme mejor poco a poco porque con los años he desarrollado una soltura impropia de mi «yo» de joven y empecé a charlar con unos y otros disfrutando de la simpatía de la gente del pueblo. Total, que al final me hice cinco temas y creo que quedé como un señor. Regresé al hotel encantado de la experiencia y contento de ser capaz de torear en las circunstancias más difíciles.
No pegué ojo en toda la noche por culpa de un edredón nórdico que me tenía asado, no paraba de levantarme, abrir la ventana, entraba luego frío, luego la cerré, me vestí y tendí encima del edredón, uf, vaya angustia. A la mañana siguiente me toca irme al tren de cercanías, un paseíllo de unos 10 minutos desde el hotel que se tornó fantasmagórico ya que no había un alma en el camino y para colmo cuando llego al edificio de la estación me encuentro con un cartel que dice «CERRADO» y no puedo pasar, ¿pero esto qué demonios? ¡tú verás que pierdo el tren….! Afortunadamente, por un caminillo lateral se accedía a los andenes y por fin veo a un pareja de señores mayores que me dice que he de cruzar las vías para pillar el tren para Ciudad Real, y en el sentido contrario dos personas me indican que sí, que cruce sin miedo a través de las vías, que no pasa nada. Llegado allí y un poco aturdido por la falta de sueño, empiezo a escuchar a la pareja, una señora de unos 70 y una chica de unos 16-17 años.
La señora, que no paraba de fumar, me dijo que era gallega y que había estado visitando Almagro -qué bonita localidad- con su maletita de colores y su tabaco, y que ahora quería conocer Ciudad Real. Resulta que era viajera empedernida y había visitado no sé cuantos países en su vida… que si Polonia, la Selva Negra alemana y Berlín («qué mala es la comida alemana») y lo mucho que le había gustado Rusia («y además el tabaco es baratísimo»), a lo que la chica joven respondió que ese país le traía malos recuerdos. Era ucraniana y dejando aparte el tema guerra, nos contó que estuvo recluida en un orfanato allí con su hermano, era adoptada por una familia manchega. Nos dijo que del norte de España solo conocía Logroño. La conversación se iba tornando interesante, » el norte es alucinante», dije yo, «y en breve precisamente he de ir a Bergondo ( A Coruña) y Lugo». «¡Pero si yo soy de allí!», dijo la señora, y ambos coincidimos en lo coqueta que es la pequeña ciudad gallega. Ahí estábamos bajo una pequeña caseta resguardándonos de la lluvia un malagueño, una señora de Lugo y una joven ucraniana, todo en la mitad de la nada.
La señora nos contó que ahora empezaba a recorrer España tras muchos años viajando por el mundo. Solo le quedaba conocer Ciudad Real y Guadalajara y disfrutaba de viajar sola, yo creo que flipaba de que yo hubiese estado en tantos lados, no le dije entonces que yo era músico. Muy sorprendido por lo cinematográfico de la situación, grabé un pequeño vídeo con el móvil para recuerdo de tan peculiar encuentro. Llegó finalmente el tren y nos despedimos cordialmente, y al llegar a Ciudad Real me topo otra vez con la señora de Lugo, «que se lo pase usted muy bien», a lo que me contestó, «igualmente, a ver si da la casualidad de que cuando vayas por Lugo esté yo por allí». Entonces le dije, «el 4 de mayo», y ya sí que le conté que me dedicaba a la música. «¿y dónde tocas, hijo?». En la Sala Jagger. «Pues allí estaré». Curioso cuanto menos porque no le dije mi nombre y os aseguro que no me había reconocido en absoluto. Y nada, ella para la ciudad manchega y yo para conectar con el AVE a Málaga («es la ciudad en la que me gustaría pasar mis últimos días»), sintiéndome extrañamente reconfortado.
¿Y por qué os cuento todo esto? Porque me doy cuenta de que este mundo está lleno de personajes singulares cuyas vidas confluyen por azar en unos instantes, cada uno con sus avatares y circunstancias de lo más diverso. En el tren de vuelta me iba preguntando si la señora sería viuda, soltera o separada, o qué circunstancias le empujaban a dirigirse a sitios tan extraños. ¿Y si apareciera en el concierto de Lugo? Sería lo más. Lo que sí sé es que doy las gracias por poder dedicarme a la música, profesión que me ha permitido viajar sin cesar, tener amigos en todas partes, vivir situaciones peculiares, escapar de la rutina.