Los malagueños se despiden, pero ‘Sin decir adiós’. Son más de cuarenta años haciendo música y algunos de sus miembros ya optan por la jubilación. Pero antes querían despedirse con un último baile que hoy llega a Murcia, al Cuartel de Artillería, que lucirá abarrotado tras anunciar un ‘sold out’ para la historia
Javier Ojeda lleva 42 años poniendo voz y cara a Danza Invisible, labor que compagina desde 1999 con su carrera en solitario. Nacidos como banda en verano de 1981 en Torremolinos, los malagueños, una de las bandas de mayor éxito en los ochenta, se despiden con una gira de doce conciertos que arrancó el 23 de marzo, bautizada como una de sus canciones: Sin decir adiós.
Danza Invisible, poseedores de la Medalla de Andalucía, han dejado clásicos del pop español como Sabor de amor, Reina del Caribe y A este lado de la carretera (versión de Bright side of the road, de Van Morrison).
Acompañando a los Danza este viernes, viene a Murcia también Jaime Urrutia, que pasó por Ejecutivos Agresivos, fue segunda guitarra en Parálisis Permanente y forjó su leyenda al frente de Gabinete Caligari, paradigma del rock castizo en La Movida. Rememorando los ochenta. ¡Qué barbaridad!
La noticia de vuestra despedida parece triste, pero decís que no lo es. ¿Significa algún tipo de liberación?
Efectivamente, parece triste, pero no lo es. Creo que estamos despidiéndonos con muy buen rollo. Vamos a ser claros: el grupo llevaba demasiado tiempo sin publicar nada conjuntamente. Yo ahora mismo estaba mucho más centrado sobre todo artísticamente en mi carrera en solitario, y si nos manteníamos juntos era por el buen rollo y por la amistad, pero desde la pandemia nos habíamos diversificado mucho, y si volvimos a seguir como banda era porque coincidía el cuarenta aniversario. El año pasado yo estuve girando ya solo, y esperaba a ver qué iba a ocurrir con Danza Invisible, pero al final se han precipitado los acontecimientos, porque Antonio, nuestro guitarrista y también uno de los principales autores de las canciones junto conmigo, se jubiló, porque tiene ya 68 años, y ya veía que era muy difícil seguir adelante. Entonces nos hemos juntado y hemos dicho: «Señores, vamos a celebrar con toda la avidez del mundo todo lo que hemos conseguido, y vamos a hacer un último esfuerzo para hacer doce canciones a la altura de las que hemos dejado».
¿Os han encasillado como grupo de los ochenta limitando vuestra participación en festivales?
Efectivamente. Yo con eso siento…, no te voy a decir que una frustración, porque yo de frustrao no tengo nada, pero sí me da un poquito de coraje que los programadores aquí en general en España encasillen a los grupos, que funcionemos como en compartimentos estancos. Es muy habitual que los festivales que se hacen en el Reino Unido o en Francia compartan carteles con gente de distintas generaciones. Te encuentras con el artista más rompedor, más nuevo, el grupo último que haya salido de yo qué sé -Fontaines DC, por ejemplo- y de pronto en el mismo festival están Echo and The Bunnymen. A mí eso me encanta, porque creo que somos todos parte de lo mismo, venimos todos de un mismo tronco, pero desgraciadamente aquí dices: «Uy, este festival es para público ochentero, para público noventero, festival indie, festival no se qué…». Así funciona España. Tenemos otras cosas muy buenas, ¿eh?, pero con respecto a este tipo de programación musical andamos muy por detrás que el resto de países europeos.
¿Hay un antes y un después para Danza con Sabor de amor? ¿Os llegó a empalagar el éxito de esa canción?
Por supuesto, hay un antes y un después. Estuvo a punto de quedarse fuera del disco, se quedó la última por tres votos contra dos, sencillamente porque surgió así como muy rápido, y de apariencia intrascendente. Yo fui de los que voté que sí porque le veía un puntito años sesenta que a mí siempre me ha gustado. Y de pronto, sin saber cómo, nos damos cuenta de que el público empieza a cambiar, empiezan a llegar un montón de chavalas, de adolescentes, y digo: «¿Esto qué es?». Era una cosa increíble. Hay un momento en que uno llega y dice: «Joé, resulta que la gente solo me pide esta y no me está pidiendo otras canciones en las que he trabajado mucho más, o a las que yo les doy más importancia, o directamente parece que solo he compuesto esta canción en toda mi vida. Pero ahora eso, desde hace ya mucho tiempo, me resbala. La verdad, pienso que esta canción ha sido un accidente muy feliz en mi trayectoria, y me pongo a pensar que seguramente gracias a ella, todavía a estas alturas, estoy en los escenarios funcionando y ganándome la vida con lo que a mí me gusta; por tanto, bienvenida sea. Qué quieres que te diga…
A este lado de la carretera se titula el documental que narra la historia de la banda. ¿Cómo os dio por hacer Bright side of the road, de Van Morrison?
Me dio de pronto muy fuerte por Van Morrison. Recuerdo cuando estábamos grabando el disco de Música de contrabando (1986), uno de los mejores seguramente que hemos publicado en toda nuestra trayectoria. Lo hicimos en Mánchester, y yo iba con una lista de los mejores discos de la historia del New Musical Express, y ahí me compré discos de Bob Dylan, Joni Mitchel, los Isley Brothers, alguno de Van Morrison… A Van Morrison lo había empezado a conocer a través del Moondance (1970), pero realmente cuando ya me compré el disco me quedé absolutamente enganchado; me dio tan fuerte por ese álbum y por la manera de cantar tan increíble que tiene el tío, que le contagié al resto de los Danza el entusiasmo. Ese disco, Into the music (1979), lo tenía yo y lo ponía muchísimo en la furgoneta. En mi mente no estaba el publicar la versión, pero sí llegamos a un ensayo y dijimos: «Vamos a hacerla», y la montamos para tocarla en directo; de hecho hace poco me pusieron una versión cantada en inglés, que tocamos en no sé qué directo en la radio, y me la pusieron, y justo cuando llegamos, a Ricardo Teixidó, que era el batería y uno de los fundadores de la banda, se le ocurrió llegar y grabarla. Yo me negué, porque dije: «Me parece bien grabarla, pero hay que hacerla en castellano». A ultimísima hora, se grabó en castellano como cara B del maxisingle Reina del Caribe. Al principio no iba a ir para el disco, pero nos llamó Paco Martín, el jefe de la compañía, y nos dijo que estábamos locos, que la canción entraba por sus santos cojones, y yo dije: «Me parece fantástico». Y fíjate, estas cosas muchas veces no se sabe cómo funcionan.
¿Te parece que hay respeto por los músicos mayores, como ocurre en otros países, o aquí los medios se olvidan de los músicos con una edad o una trayectoria larga?
En España no se respeta a los músicos mayores, y eso es un problema que tenemos todos, incluido yo mismo. Recuerdo que cuando era joven yo pasaba un kilo de todos los veteranos de los años sesenta y setenta; no me interesaban absolutamente nada. Y fíjate cómo han cambiado las cosas, que de pronto empecé a escuchar ya cuando ya tenía una edad a varios veteranos, y fíjate, he acabado haciendo homenajes a Los Íberos y a Los Gritos, que son los grupos fundacionales del rock de Málaga; además, me une una grandísima amistad con José Mari Guzmán, que ha estado en Solera, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Me ha dado por investigar muchísimo el pasado de la música española; en particular, ya se ha convertido para mí casi en una afición, fíjate. Pero no sé por qué, hay algo en nuestra adolescencia, en el carácter español, que efectivamente hace que no se respete a los veteranos como sí que ocurre en Italia, en Portugal, Francia, Reino Unido, Alemania… Es algo muy genuino nuestro que no sé por qué pasa, y por supuesto que es injusto. También los medios tienen mucha culpa, porque tanto yo como cualquier de mis compañeros generacionales ya puede salir con un disco absolutamente extraordinario que no te lo van a poner en ningún lado, ni en los sitios generalistas ni en los que se supone que son un poco más enrollados como Radio 3. Te encuentras con el portazo en la cara, y ya puedes venir con el disco más increíble.
(Ángel H. Sopena para La Opinión de Murcia).