Estuvo por aquí la semana pasada Mª del Mar Bonet, la gran dama de la canción catalana, en una doble sesión que la llevó al Centro Cultural de Ollerías el martes, en concierto, y el miércoles al antiguo edificio de Correos como parte del excelente ciclo La Música Contada que dirige el periodista Héctor Márquez. Suelen ser estas últimas animadísimas veladas en las que el protagonista disecciona o interpreta algunas de sus canciones preferidas en un ambiente amigable, nada que ver con la típica conferencia-tostón. Por razones que ahora no vienen al caso no pude ir ninguno de los dos días, pero aprovecharé para divagar un poco partiendo de la cantautora mallorquina.
Es curioso que cuando mencioné con entusiasmo a algunos de mis amigos musiqueros que venía la Bonet varios de ellos se mostraron extrañados. “¿A ti te gusta?”, preguntaban sorprendidos. ¡Pues claro que sí! De hecho debe ser lo más parecido que tenemos por aquí a la respetadísima Joni Mitchell. Lo que sucede es que una de las cosas malas que trajo La Movida es que se cargó de un plumazo casi todo lo que había atrás; de repente todos los cantautores de la época de la transición parecían plastas y obsoletos, lo que primaba era la diversión y no había cabida para mensajes profundos. Pero mientras en Francia ahora las nuevas generaciones recogen el legado de Brassens, Ferré o Gainsbourg aquí nadie quiere saber nada de Paco Ibáñez, Jaume Sisa o la misma Mª del Mar Bonet, artistas que fueron engullidos comercialmente por la vorágine ochentera. Claro, el hecho de que algunos cantasen en catalán tampoco ayudaba mucho pero, mierda, ¡cómo han cambiado las cosas! Cuando yo era crío veía fascinante el hecho de que en mi país se hablase y cantase en otras lenguas; ahora con la democracia “asentada” parece un elemento más de confrontación. Y digo yo: ¿por qué las radios comerciales no programan de cuando en cuando alguna canción en catalán, euskera, gallego? Puede que, aparte de acostumbrar nuestros oídos, nos sirviese para juzgarlas por su calidad y no por su filiación lingüístico-política, ¿verdad?
Ah, qué cosa más tonta el nacionalismo, incluyendo el español, of course. Nada más lógico que uno sienta cariño por la tierra que le vio nacer, pero de ahí a sentirse superior a los demás por ser de un lado u otro media un abismo. Lo dice un cantante en lengua castellana que tras manifestarse como malagueño-andaluz-español-europeo-terrícola prefiere dejar de lado cuestiones geográficas tan estúpidas para ponerse un copazo y disponerse a disfrutar de buena música en inglés, catalán o swahili.
(Artículo publicado en ADN Málaga el 31-01-08).