Vivan los cincuentones y los sexagenarios que han sabido vivir a su manera para llegar hasta aquí, a disfrutar en La Malagueta con los 40 años de Danza Invisible en el Brisa Festival
Danzad, danzad, malditos… el tiempo es invisible. Cualquier época pasada no siempre fue mejor. Recuperar el título de la película de Sydney Pollack, ambientada en la Gran Depresión estadounidense, certifica que la vida es cíclica y que sumidos de nuevo en una crisis de consecuencias imprevisibles la música nos evade de la situación y nos sumerge en un presente esperanzador. Es la metáfora bien avenida con el homenaje que Málaga rindió a un grupo que 40 años después continúa ofreciendo brisa en pleno terral económico y social.
Cualquier recorrido sentimental evoca la nostalgia que envuelve la juventud perdida, recuperada, no obstante, por momentos épicos que nos trasladan a esos años donde el futuro no existía, sólo se pensaba en el presente y se sentía como tal bailando sin parar en noches que el alba despertaba. Tal como ahora. El tiempo no pasa, sino que repite sin cesar estribillos que guían el destino.
El tiempo se detuvo en La Malagueta al ritmo de añoranza con letras indelebles en la memoria de toda una generación, esa que se dio cita en el coso para lidiar con los problemas y matar los augurios del mañana
Danzad, danzad, malditos… el tiempo se detuvo en La Malagueta al ritmo de añoranza con letras indelebles en la memoria de toda una generación, esa que se dio cita en el coso para lidiar con los problemas y matar los augurios del mañana. Solo las canas, las arrugas y las zapatillas deportivas diferencian estas cuatro décadas al son de Danza Invisible, que suenan fresco como el festival cuyo nombre intenta implantarse en el panorama festivalero de la provincia.
No fue un sábado cualquiera, como no fue un día más ese en el que Javier Ojeda iba a convertirse en mito sin adivinar siquiera si su voz se pondría delante de un micrófono o sería el simple sonido de una caracola surgida en Los Álamos y mecida hasta el Bajondillo previo paso por La Carihuela. Aún a Torremolinos se le debe la veneración que su misticismo encierra. Solo por ver nacer a Danza Invisible ya recompensa cualquier estímulo en consideración a esta ciudad hoy orgullo nacional. De ese sótano en el que la batería ahuecaba cada rincón al estrellato sólo medió la pasión por la música que contagiaban todos los componentes, que como ellos afirmaron en el Aula de SUR el pasado jueves en Cervezas Victoria iba acompañada de mucho trabajo, esfuerzo y sacrificio en forma de ensayos diarios para dar con la tecla del éxito.
A fuer que lo consiguieron, no como un ‘hit’ del verano, sino como el hilo conductor de la vida de muchas de las cinco mil personas que disfrutaron anoche en la plaza de toros, emblemática por los conciertos inolvidables de la banda en ese templo donde la melancolía cobra valor. Allí se dieron cita Anni B Sweet, Juan Perro (Radio Futura) y Mikel Erentxun (ex Duncan Dhu), igual que un día antes La la love you, Seguridad Social, Miss Caffeina y Dorian, y como hoy harán Dry Martina y Amaia. Todos unidos por el cordón umbilical que les une de una u otra forma a Danza Invisible, la banda más longeva del pop español..
Vivan los cincuentones y los sexagenarios que han sabido vivir a su manera para llegar aquí, al ecuador de su existencia (léase con el emoticono del guiño) con la música acompañándole en los momentos de debilidad y en los instantes de fortaleza. De Ciudad Jardín a la barriada de La Paz con 7 años y una década después a la modernidad de Torremolinos, donde empezó todo para Javier Ojeda, verdadero protagonista del espectáculo para cantar con cada uno de los que componían el cartel. Empezando por Anni B Sweet, que tuvo que improvisar al perdérsele los instrumentos por culpa del caos aéreo. El final de su actuación fue la parábola perfecta de lo ocurrido cuando entonó «Que tengas muchas suerte…»
De maestro de ceremonias ejerció Julio Ruiz, el periodista que presentó desde 1971 hasta 2021 el programa ‘Disco grande’, el más longevo de la radio en España, que vio nacer a Danza Invisible y durante cuatro décadas siguió su trayectoria hasta llegar hasta aquí, cerrando el círculo de la vida.
Juan Perro, es decir Santiago Auserón, mantuvo la complicidad con el público al referirse a las «generaciones o degeneraciones» que acudieron a La Malagueta. Con su ‘Semilla negra’ dinamizó músculos, movilizó caderas y sacó la sonrisa de la felicidad a los presentes. Seguro que la imaginación voló entre nubes de recuerdos de esa edad que ya nunca volverá, pero que permanece fresca como este festival singular y nostálgico.
Mikel Erentxun deleitó cuando los temas de Duncan Dhu flotaron entre ‘Cien gaviotas’ -«que son del Cantábrico pero también están aquí, en el Mediterráneo» mientras las majestuosas aves se posaban en los aleros de la plaza de toros- y las calles de París, en ese momento en el que Málaga entera se aprestaba a vivir ese momento mágico y esperado con el reencuentro de Danza Invisible, que sorteó varios contratiempos para llegar a la una y media de la madrugada soplando las velas en la tarta conmemorativa de su 40.º cumpleaños.
Como no podía ser de otra manera dada la cercanía con el público, Javier Ojeda bajó varias veces del escenario para cantar entre el público en el albero y convertir la jornada en una noche de película con un alarido metafórico: ‘Danzad, danzad, malditos’… el tiempo es invisible. Gracias por estas cuatro décadas.
(Jose Miguel Aguilar para Diario Sur).