- El grupo malagueño planea hacer un patrón en 2023 porque «cuando las carreras son tan longevas, se corre el peligro de caer en la rutina»
Lleva más de cuarenta años al frente de Danza Invisible y desde el año 2000 ha alternado los trabajos en solitario, pero Javier Ojeda no tiene dudas de su vinculación con la banda: «Soy a Danza Invisible lo que Mick Jagger a los Rolling Stones o lo que Bryan Ferry a Roxy Music».
«Estoy muy orgulloso de formar parte de Danza, pero durante 2023 hemos pensado darnos un descanso para que cada uno se dedique a sus cosas, porque nos da miedo acabar aburriéndonos en directo», afirma en una entrevista con EFE Javier Ojeda, que el 22 de diciembre presenta en un concierto en Málaga su disco «Los castillos del mar».
Añade que, «cuando las carreras son tan longevas, se corre el peligro de caer en la rutina y la reiteración, y es lo peor que puede ocurrir en cualquier disciplina artística».
Pero subraya que no hay ningún problema personal entre los miembros de la banda y el objetivo es «volver en 2024 con más ganas».
«Yo pretendo en 2023 tener un poco menos actividad en directo y tener más tiempo para componer, y si con Danza somos capaces de reflotar un proyecto para sacar alguna cosa, me encantaría, pero después de tantos años hay que luchar por volver a pillar la chispa de los inicios».
Achaca su alternancia entre la banda y en solitario a que es «mucho más inquieto» que el resto de los de Danza, que «están más apegados a sus costumbres», mientras que él se siente «muy cómodo tocando con unos y con otros» y le gusta «flirtear con todos los músicos”.
Cuando tenía solo 17 años fue el último en incorporarse a Danza Invisible, casi de carambola, y no imagina cómo habría sido la vida al margen de la música, pero confiesa que su «ilusión» era «ser periodista cultural o musical».
«La música sigue siendo mi pasión total y absoluta, pero no sabía entonces que tenía condiciones de cantante ni que iba a desarrollar condiciones de compositor y a ser capaz de hacer canciones, de montar bandas y de coordinar eventos. Ha sido suerte y estar en el momento adecuado».
Ahora va a cerrar este 2022 con 106 conciertos, cerca de su récord de 108 que alcanzó en 2019, antes de la pandemia, y que no va a batir porque desde septiembre decidió parar la contratación y solo cumplir con los compromisos ya adquiridos.
«Me gusta mucho el escenario, pero necesito tiempo para renovar el repertorio, disfrutar, componer y tomarme también un relax, no estar siempre en la carretera. Este verano me enviaba la gente fotos en la playa o en una barbacoa, y yo decía: ‘Esto es una putada'».
A sus 58 años, lamenta que «los medios se olvidan de los músicos con una edad o una trayectoria larga, que pueden sacar el disco más extraordinario, pero no tienen atención, porque la gente necesita el brillo de las novedades».
Califica las plataformas digitales de música como «un atraco a mano armada«, pero «si no estás ahí, nadie va a saber que existes y nadie te va a contratar».
«Mis ganancias provienen de los conciertos en directo en un 90 o 95 por ciento. Ahora, para recuperar el dinero invertido en la grabación de un disco, ya tienes que ser vendedor, o que una canción te la coja una marca publicitaria. Producir un disco cuesta más o menos 5.000 euros, y para recuperar eso vía plataformas hablamos de una barbaridad de reproducciones».
Considera que «todo ha cambiado completamente y antes se podía desarrollar la carrera de manera más ordenada, y ahora incluso el formato ha vuelto a cambiar y el formato dominante ya no es el LP, es el single otra vez».
«Para mí, la duración idónea de los discos es el EP antiguo, unos veinticinco minutos de música es fantástico, pero a la gente le resulta más difícil ubicarlo. Con el antiguo LP disfrutabas la cara A un tiempo, pasaba un mes y ponías la cara B. Eran como dos EP».
En el disco «Los castillos del mar», disponible ya en formato físico y desde el 20 de diciembre en plataformas, ha incluido trece temas de toda su trayectoria, tanto con Danza Invisible como en solitario, grabados en directo en sendos conciertos en el Castillo de Gibralfaro de Málaga y el Castillo El Bil-Bil de Benalmádena.
Fueron dos conciertos cuando empezaban a relajarse las restricciones de la pandemia y Ojeda se encontraba «muy enrabietado» porque «el trato que se le había dado al sector del espectáculo había sido absolutamente injusto«.
«Planteé estos conciertos como una reivindicación de lo que había hecho en toda mi carrera y presenté algunas canciones del disco reciente, pero el resto fue para reivindicar mi legado, me daba igual que fuera de los 80 ó 90 y que pusiese Danza Invisible o Javier Ojeda, siempre que hubiese intervenido componiendo».
Se pueden oír «Agua sin sueño», «El club del alcohol», «La deuda de la mentira», «Catalina», «Diez razones para vivir» o «La mujer ideal», entre otras.
«Los temas más conocidos del repertorio vienen en versiones muy renovadas y sorprendentes. La idea era darles un nuevo giro, porque no se pueden cantar igual que hace veinte o treinta años, los músicos han cambiado y cada uno tiene terrenos en los que brilla más».
(Jose Luís Picón para la agencia EFE).
Foto: Carlos Díaz