Veréis, se dice que la experiencia es un grado pero no estoy de acuerdo del todo. Yo mismo soy capaz de caer obsesiva y obstinadamente en el mismo error una y otra vez, y para colmo sin la frescura juvenil de cuando empezabas a cagarla, sino más torpe y «ya me vale». Ah, pero eso sí, hay algunas cosas que afortunadamente he aprendido por a) mi profesión y b) sentido común, y se definen así: a) trata siempre de llevarte bien con los técnicos de sonido, y b) nunca le vaciles a un policía.
Esto es fácil de explicar, porque si ocurre que estás en una prueba de sonido y no atiendes a la primera norma corres el peligro de sonar como el culo, además de tener un mal rollo añadido que no te ayudará a sacar adelante el show; y por supuesto si te haces el chulito y le hablas mal a un policía lo más normal es que regreses a casa con una multa estupenda y cara de tonto. Esta diatriba viene a colación de un suceso que me ocurrió en pandemia y que ahora os retrataré, pero antes quiero dejar claro que NUNCA le hablo mal prácticamente a nadie, y mucho menos a un policía por los motivos antes expuestos. Porque además hay que ponerse en su lugar, son un gremio harto impopular y siempre acaban siendo criticados: si te multan por ir conduciendo borrachín «hay que ver qué cortarrollos, si apenas me he tomado un para de vinos», si lo hacen porque has aparcado mal ni te cuento, si se exceden en su celo todavía más, pero si no están cerca cuando te han robado o han atracado en un establecimiento también son blanco de todas las críticas del mundo.
De acuerdo que hay algunos que se exceden en la testosterona y aquí voy con la anécdota antes mentada. Resulta que cuando se empezaron a permitir las pequeñas reuniones durante la pandemia mis vecinos organizaron una pequeña fiesta en su casa y allá fuimos Gema y yo con nuestras mascarillas a tomar una copa, muy contentos de poder festejar lo que fuese. Estuvimos allí como desde las 18:00 a las 20:00, durante el cual otro vecino vino a alertar de que si no se bajaba la música llamaría a la policía. El anfitrión de la fiesta debió contestarle de manera que no le gustó al hombre, porque efectivamente resulta que llamó a la comisaria local. Puedo asegurar, lo juro y perjuro, que la música no estaba fuerte. Este vecino en cuestión ya ha dado en llamar a las autoridades cuando considera que cualquier persona que le rodee esté feliz, empezando por mis hijos, que ya han tenido que abandonar más de una vez el hogar para hacer sus reuniones. En fin, dejemos esto que me pongo de mal humor, de verdad que no entiendo a la gente así, amargada y amargante.
Estábamos en casa cuando llegó una pareja de agentes a la casa de los vecinos y me entró un rebote de mucho cuidado, no tenemos ya bastante con la puñetera pandemia para que este ahora venga a jorobar una pequeña fiesta de amigos. Total, que un poco contentillo como iba me da por aparecer y les comento: «mire, perdonen, vivo exactamente aquí al lado, pared con pared, y les aseguro que a mí no me ha molestado el volumen de la música, no sé cómo a ellos, que tienen mi casa por medio, le puede hacerlo».
En ese momento recibo la primera hostia verbal. Uno de los policías, bajito y joven, va y me espeta: «Mire usted, soy YO el que tengo que evaluar este asunto. Usted póngase bien la mascarilla y apártese de aquí». Todo esto unido a una mirada chulesca de lo más desagradable y unos modales, los que estaba exhibiendo con mis sufridos vecinos, cuanto menos discutibles. Total, que me cojo un cabreo de mil pares de demonios y para tranquilizarme me dispongo a tirar la basura,, pongo las bolsas en el carrito del Mercadona y salgo a la calle para arrojarlas en los contenedores…
Aquí conviene hacer un inciso: vivo en una zona muy cercana al campo y apenas a 200 o 300 metros me puedo encontrar con alguna liebre cuando sacamos a pasear al perro, también desgraciadamente este tramo de campito es utilizado por algunos currantes para arrojar escombros o cualquier tipo de objeto que debieran depositar en un sitio que les pilla más incómodo, una putada pero es así. Pues hete aquí que un día algún trabajador de Mercadona depositó unos 20 carros en desuso en este campo, al ladito de casa, carros que seguramente deberían haber ido destinados al desguace, vertedero municipal o vete tú a saber. Y se me iluminó una bombilla, por fin se acabó la incomodidad de meter las bolsas de basura en el coche, o cargarlas a pulso hasta los contenedores, que no es que precisamente me pillen cercanos. Agarré un carrito (en el que ya solo se leían las letras «RCADONA») y regresé a casa muy contento, al momento Gema me dijo de regresar para que cogiese otro para su hermana, pero en ese tramo de tiempo, apenas unos 15 minutos, ya habían desaparecido, la gente de la urbanización se los había apencado.
…Como os iba contando, salgo de casa y me encuentro de frente con los dos policías, y va el bajito desagradable y me espeta: «¿Tienes los santos cojones de presentarte delante mía con ese carro robado?» Ahí ya empecé a flipar, «¿Me estás hablando en serio?????» «Me tratas de usted y me dices dónde has robado eso, y súbase la mascarilla!!!!». Imaginaos la escena, yo sintiéndome humillado, un poco colocado, y que no atinaba a hablarle al tipo, mientras el otro policía, el que iba más o menos de bueno, no paraba de decirme que me subiese la puta mascarilla. Total, de manera entrecortada le expliqué lo que os acabo de contar, que seguramente habían sido los mismos empleados del Mercadona los que habían soltado los carros allí, que cómo me iba yo a poner a mangar un carro, que se fijase, ya solo ponía «ADONA», que con todos los respetos se estaba pasando. «Con que esas tenemos ¿no? Me trae usted el DNI ahora mismo y aprovecho para decirle que su deber como ciudadano hubiese sido llamar a la comisaría contándoles que habían dejado los carros ahí, y si hubiese visto a algún vecino coger alguno su obligación era denunciarlo». Total, que el tipo siguió empleándose en esos términos y yo, cada vez más humillado, acabé retirándome con el multazo del siglo y cabreado no, fuera de sí. A mi regreso de echar la basura con el carro robado paré enfrente de la casa del denunciante y perdí los nervios absolutamente, empecé a gritar como un poseso, a cantar a voz en grito, ¿os gusta la música, eh indeseables?
Ha sido la última vez que he perdido los nervios por completo. De natural tengo muy buen carácter, lo juro, y aunque a veces pueda ser un poco criticón no hago nunca las cosas con mala intención, de hecho pertenezco a la especie de los que en cualquier diatriba verbal suele callarse para no entrar en discusión. Y es que no comprendo a la gente violenta, antes de ayer sin más lejos venía muy contento con mi moto de nadar en la playa y llegó un tipo y me pitó con el coche, a lo que le hice el gesto nada estentóreo de que él tenía un ceda al paso, que a qué venía el pitarme. Total, sigo adelante y cuando me paro en el siguiente semáforo el tipo, que había venido siguiéndome, me grita: «¡GILIPOLLAS!» Regreso a casa deliberando sobre la mala leche de cierta peña y me encuentro con mis vecinos, que me recuerdan entre risas la anécdota del carrito. Pues mira, me voy a poner a escribir sobre ello, les digo.