Si miras hacia el horizonte, al fondo pasa una autopista que por las noches refleja las luces de los coches. Pensamos en veleros que navegan hacia tierras del norte, hacia América. Miramos las estrellas e imaginamos viajes e historias de viajeros.
Me lo cuenta Pepín Carbonero frempo inmenso verde oliva y amarillo nostalgia. Ese que tiñe las viñas de la Sierra de Montilla (Córdoba)nte a un ca en los meses de noviembre y diciembre. Un amarillo dorado que compone el paisaje justo en la época de esplendor del vino de Tinaja. A nuestra espalda, unos azulejos blancos con letras negras enlas que está escrito: Patio de los sueños.
Hace apenas una hora que conozco a este bodeguero pero su exuberante sensibilidad atraviesa. De una fisonomía delgada y enjuta, este hombre no engaña: lleva una vida escogida y vivida. Me dicen que lo sabe todo sobre el vino. Y se aprecia, no porque explique sino porque muestra. Me da a probar variedades de manzanilla, oloroso, amontillado… Con una copita de fino vamos degustando de las diversas barricas.
Pepín nos sirve con la venencia. Barriles negros firmados por músicos principalmente. Uno de ellos algo menor de tamaño destaca en el centro de una estancia abovedada. Lleva la foto de un hombre de otra época y reza Abuelo Rafael. 1895-1958. Miro a Pepín y asiente, sí, el fundador, mi abuelo.
Pero Pepín, no solo sabe de vinos, también de rock y de flamenco. Su bodega Cabriñana tiene por logo una guitarra eléctrica. El mástil hace las veces de la i y el cuerpo de la guitarra lleva pintado un racimo de uvas. De sobrenombre: «bodega rockera». Una vez al año organizan un festival para festejar el vino nuevo. Ya son 25 años celebrando y han pasado por aquí músicos de todo pelaje y condición como Chucho Valdés; Mike Vernon, productor de Eric Clapton; Chris Stewart, de Génesis; Javier Ojeda, de Danza invisible; PP Arnold, corista de Pink Floyd… Miro de nuevo a Pepín anhelante y le ruego que me invite el próximo año. Y me sonríe con los ojos.
Nada más llegar hemos subido a una sala llena de tinajas inmensas donde fermenta el vino del año. Una de ellas muestra al abrirla una capa blanca. Es la flor del vino. Y me dicen que la pruebe, pero me da algo de respeto, porque esta levadura es la que alimenta el vino y cuando se pierde la flor, el vino cambia, se transforma, se amontilla. ¿Cómo voy a romper esa flor?, pienso.
No quisiera marcharme de la bodega. Quiero regresar a los sueños, al patio. Quiero que Pepín me lo vuelva a mostrar todo otra vez. Pero la realidad siempre se impone. El tiempo. Cogemos nuestras botellas y nos metemos en el coche. Pero antes de irnos, no puedo resistirme. Voy hasta la tinaja y meto el dedo en la flor y, al llevarlo a mi boca, me invade todo el aroma de la uva.
(María Angulo para El Periódico de Aragón).