Foto: Danza Invisible en su concierto de despedida en Torremolinos / Raúl Aibar
El grupo se despide en un extenuante concierto en Torremolinos tras 42 años de carrera ininterrumpida.
Noticias relacionadas
- Javier Ojeda: «En 2.300 conciertos que he dado me ha pasado de todo. En uno nos apedrearon»
- Danza Invisible se despedirá a lo grande en Torremolinos: está todo vendido
- Sarria: «Nadie quiere abandonar su tierra seas de donde seas, pero en Málaga nos están empujando a hacerlo’’
«Los jóvenes deberían mantener el espíritu del rock, cagarse en los muertos de Danza Invisible. Haber sido unos punkis es el único legado que le podemos dejar a las nuevas generaciones’». Así resumía Javier Ojeda en la rueda de prensa previa al concierto la herencia que la banda ha dejado en Málaga. Directo, provocador y descarado. No conoce otra manera de hacerlo.
Ante las sonrisas cómplices de sus veteranos amigos no quedó más que aplaudir. Ya en la prueba de sonido a Javier, Chris, Manolo y Antonio se les iluminaban los rostros al tocar los primeros acordes de A este lado de la carretera. Llevarán más de 40 años en las trincheras de la música y mil conflictos internos de por medio, pero estos casi jubilados rockeros todavía guardan algo de la ilusión juvenil que los unió en 1981.
Hacia las 19.00 de la tarde, cuatro horas antes del evento, una multitud ya guardaba cola para ver en primera fila a sus ídolos. Familias que los siguen por todas sus fechas con camisetas con la cara de los miembros, y hasta con regalos para los músicos. Tiembla Taylor Swift. El estadio municipal El Pozuelo de Torremolinos se convierte en una catedral reservada para los nostálgicos que van a tener su the last dance particular.
Manolo Rubio, miembro fundador de la banda, decía no estar nervioso, ser un día más en la oficina. Parece creíble. Es el primero que entra al escenario a montar mansamente su equipo con su cigarro en la boca. No le preocupa ser visto a escasos minutos del show.
Él hace también el trabajo sucio, no manda a un técnico. No tiene esa vanidad de estrella que podría permitirse al contrario que su compañero a la voz. Danza todavía rezuma por alguno de sus costados haber sido unos currelas y obreros de la música. Las luces se apagan, hay gritos. La llegada de Javier Ojeda corriendo con su sequito por el lateral del escenario anuncia que ya ha llegado la hora. Danza Invisible sale al ruedo vaticinando que esto se acabó.
Cuesta arrancar. La entrada se hace tosca y poco espectacular. La falta de pantallas a los laterales de los escenarios hace difícil la visión en un estadio absolutamente abarrotado. Entran con un setlist algo particular. Se reservan los himnos para más adelante, y aunque no consiguen levantar del todo el vuelo hasta el noveno tema, Ángel Caído, el grupo sale caliente.
Javier Ojeda lleva esto es las venas. Le es tan natural como respirar. Ya en las primeras canciones se pone a saludar a sus amigos que ve entre el público como si estuviera entrando al bar. Hace tiempo que el cantante se comió el proyecto entero. La mayor suerte de Danza fue fichar a este descarado joven allá por el 1982. Un polifacético Mick Jagger a la andaluza, el frontman que toda banda querría tener.
La banda está engrasada, no hay duda. No fallan absolutamente una nota en las casi dos horas de concierto que ofrecen. Sin embargo, la interacción entre los miembros originales de la formación es algo osca.
Javier, director de orquesta, les muestra su afecto y tiene palabras emotivas para ellos, pero parece sentirse más cercano y afectuoso con las colaboraciones de Julia Martín, Enrique Oliver o Dani Lozano. Llevar 40 años de matrimonio desgasta hasta a la pareja que más se quiere, es la historia de la vida.
El concierto marcha como se esperaba. Una emocionante despedida en su ciudad. Aunque no es en realidad el último concierto de la gira, ya que quedan un par de ciudades por hacer, este se sentía como el punto y final.
No faltaron las menciones a Ricardo Texidó, o un sonado mensaje feminista donde Ojeda rezaba que «el futuro de la música malagueña está en las mujeres y su gran talento compositivo e interpretativo”.
La recta final se encara. Los de Torremolinos ya han salido del infierno para salir del purgatorio antes de tocar el cielo. Sabor de Amor, A este lado de la carretera, Sin Aliento, El pintor y la modelo. Esto se acaba. Se dejan los hits para el final. El concierto ha sido un de menos a más de manual.
El sonido es muy cálido en todo el recinto e incluso fuera, donde hay gente disfrutando del concierto sin haber pagado por él. El escenario se les queda chico a los seis músicos titulares y hasta a los ocho que se han unido esporádicamente con las colaboraciones. Los movimientos nerviosos del cantante de la formación acaban con un clásico de la banda, Javier Ojeda se descamisa para dejarse el pecho y su rasgada voz en el último aliento de El Club del Alcohol.
Un éxtasis prolongado y casi un delirio. No se sabe si el conjunto más exitoso de la Costa del Sol volverá. Para una gira extenuante probablemente no. Se les nota ya algo cansados después de toda una vida dedicada al proyecto. No se les puede reprochar nada. Son una banda legendaria que trascenderá. Un legado todavía vivo de Málaga.
Decía Javier en la tarde que lo que dejarán para siempre es un puñado de discos y canciones bonitas. No estoy de acuerdo. Creo que Danza Invisible son un patrimonio difícilmente repetible en Málaga. Un ejemplo de que, en esta ciudad focalizada en el turismo barato y en el bombardeo de la identidad, siempre habrá un poco de aire para que los artistas respiren hondo y no se queden sin aliento.
Danza Invisible es para siempre
(Adrián Gámiz para El Español de Málaga).