En Ammán

Seguramente ha sido el sitio más exótico, e inaudito donde he tocado. Fue allá por el año 1993, o comienzos del 94, cuando Danza Invisible se convertía en el primer grupo de rock occidental en tocar en Jordania. Fuerte, ¿no? Pues resulta que por aquel entonces el director del Instituto Cervantes en esa zona de Oriente Medio había sido compañero de estudios de Antonio L. Gil, uno de nuestros guitarristas, y aprovechando el relativo aperturismo de la monarquía del otro Hussein (el que no “dejaron colgao” por fin de año) aprovechó para contratar al exitoso grupo de su colega. La emoción que sintió la banda por aquel entonces se cuenta entre nuestros momentos estelares, sin duda.
Imaginen ustedes una breve representación de las hordas del club del alcohol en territorio palestino, sumados a la inquietante presencia de W., nuestro fotógrafo, coger y comodín, quien avispadamente había conseguido que no se qué publicación financiase su viaje, escudándose en hacer un reportaje fotográfico del Tratado de Paz que se realizaba por aquel entonces entre judíos y palestinos –ja, ja, ja-, en presencia del mismísimo Bill Clinton.
Es difícil resumir en tas breves líneas todas las peripecias del viaje, pero les contaré que la actuación oficial estuvo precedida de una privada (y desmadradísima) en el bar de nuestro hotel, en presencia de toda la representación española presente en Ammán con motivo de la semana de la cultura española. El público de la gala oficial era curiosísimo: señoras con velo, tipos con pinta de árabes-de-toda-la-vida, alguna guapa señorita más liberada, que exhibía recatadamente sus encantos, cegadas por la presencia occidental, y hasta ¡jóvenes raperos!, que se mostraron encantados con la parte más funk de nuestro repertorio. Y lo curioso era que expresaban su admiración mediante papelitos que nos entregaban escritos en un rudimentario inglés.
Una cosa les contaré: pocas veces he visto gente más amable que los jordanos, y con más sentido del humor. Todavía recuerdo las carcajadas del policía que nos pidió la documentación camino de Petra cuando le dije que a mí no me podía detener, que yo era Bill Clinton. Divertido, me contestó: “¡Con que sí! ¿Y Hillary?” “Aquí”, le dije señalando a mi resacoso teclista. Casi se me muere de la risa, el tio. Y según nuestro amigo, el por aquel entonces director del Instituto, aún mucho más cachondos eran los iraquís, y sobre todo los libaneses (“los cubanos del mundo árabe”). Viene esto a colación de que definitivamente, viajar es uno de los mejores remedios para acabar con la incomprensión y con la catetez nacionalista. Y para recordar unos 5 dias en los que casi, casi, tocamos el cielo.

Artículo publicado en adn Málaga el 11-01-07