«Hola qué taaaaaal, cómo te vaaaaaa»

Este titular tan friki proviene de un video de estos virales que tiene como protagonista al inefable Camilo Sesto. A la llegada en avión a no sé qué lugar le entrevistan a él y Ángela Carrasco (entre la prensa veo a Cárdenas) e irrumpe con lo que parece una cogorza de impacto alterando la letra de una de sus más famosas canciones para declamar este «Hola qué taaaaaal», etc. En una comida alargada en casa de mi amiga Inma «Mo» veíamos el video una y otra vez y nos moríamos de la risa, de hecho llegué a grabar en audio la cantinela para poder utilizarla como tono de llamada, pero como soy un desastre con la tecnología ahí sigue en mi teléfono, y no lo borro por no sé bien qué motivo.

¿Será por que siento en el fondo algo de fascinación por el personaje? Camilo Blanes (Alcoy, 1946) pertenece a esa estirpe de cantantes melódicos por los que no sentía interés alguno en los 80 y 90, al llegar ya a la cuarentena comencé a apreciar sus indudables cualidades vocales y recientemente le he pillado punto a algunas de sus piezas de su periodo dorado, el de los años 70. Son canciones archiconocidas como «Vivir así es morir de amor» que representan un perfil de cantante ligero con clase, con arreglos elegantes e instrumentación lujosa, nada que ver con el bodrio de discos que suelen hacerle a los de OT. Además Camilo componía gran parte de su repertorio, era ídolo de masas a ambos lados del charco e incluso, como para añadirle prestigio a su currículum, tuvo un pasado mod: en los años 60 al frente de Los Botines, banda con la que se pateó unos cuantos hoteles de la Costa del Sol.

Pero qué poco tiene que ver este hombre con la especie de zombie que vi hace unos días en la presentación de su más reciente trabajo, el poco original «Camilo Sinfónico» (¿por qué le ha dado a todo el mundo por esto ahora?), en la que acompañado por divas gays castizas del calibre de Mónica Naranjo, Ruth Lorenzo o Marta Sánchez dejaba a la prensa plantada sin decir una palabra, apenas un balbuceo ininteligible cuando se retiraba. ¿Qué le ha pasado? La madre de su hijo ha declarado: Está fatal, parece un muñeco. No tiene voluntad, las personas de su entorno le tienen abducido».

El primer síntoma de esta, llamemos abducción, tuvo lugar para mí en un encuentro en el aeropuerto de Miami, haciendo nosotros escala para un concierto de Danza Invisible en Cancún. Era diciembre de 1999 y nos cruzamos con él y una especie de hombre negro que parecía lesbiana o una mujer negra que parecía homosexual, no sé muy bien. Lo que sí sé es que la pinta de ambos era para flipar; Camilo con un gabán de cuello altísimo solapas hacia arriba, gafas negras y un pelo (o peluca) cardado de extraña manera, con un olor perfume tan penetrante que invadía todo el hall. Y el extraño hombre-mujer-travesti, glups, aún más sorprendente, recuerdo que pensé ese día que el look de Prince en «Purple rain» era a su lado el colmo de la sobriedad. Por no mencionar el misterioso maletín que portaba, que te hacía imaginar que dentro podría haber, qué sé yo, instrumentos sadomasoquistas o algo sin duda fuera de lo habitual.

Cuatro años más tarde el antaño respetable cantante melódico entró de lleno en el mundo de la bizarrería con aquel espanto de canción llamada «Mola mazo», que era imposible escuchar sin sentir vergüenza ajena a menos que vayas de petarda o amante de los horrores patrios como mi amigo Boxó. Y desde entonces su rostro fue cada vez adquiriendo esa tez a lo figura de cera de Madame Tussaud que ciertamente me provoca inquietud, «Chuky el muñeco asesino» no anda lejos. Ay, amigo Jesucristo Superstar, lo que has sido y lo que eres.

Camilo parece ahora Gloria Swanson en «El crepúsculo de los dioses», un tipo que hace años tocó el cielo y que se niega a volver a la tierra para reconocer que sus días de gloria pasaron, alguien que se resiste a afrontar la vejez con dignidad. Me recuerda poderosamente al Elvis gordo, fascista y adicto a las pastillas de sus últimos años, con la diferencia de que éste sí que sacó piezas de mérito casi hasta el final de sus días. A mí, que en esa fiesta que antes mencionaba no paraba de descojonarme del Sr. Blanes, ahora me da por compadecerme, detrás de este personaje atroz de hoy en día hay algo fascinante, algo que trasciende la galería de monstruos de Tele 5. Decía el difunto Johnny Thunders que las vidas cortas producían buenas películas («short lives make good movies»), me permito tergiversar su frase para proclamar que su larga vida da para un peliculón. Drama psicológico, folletín, culebrón o lo que sea, desde luego me interesa mucho más que el biopic de Queen.

Sigo sin borrar del teléfono el audio: «¡Hola qué taaaaaaal, cóoooomo te vaaaaa!».