Por fin he tenido unos días de estar en casa y de hacer algún acto común a buena parte de los mortales como es poner la tele. Pero no sé que pasa que cada vez que enciendo el Samsung me aparece el programa «El hormiguero». Un día me veo a un sobreactuado Will Smith convertido en el paradigma del artista rico y famoso pero al mismo tiempo colega, y no sé si al día siguiente me aparece Mario Vaquerizo. ¿Ponen «El hormiguero» todos los días? Pues no lo tengo muy claro pero el programa del sr. Motos me persigue.
En estos momentos uno se da cuenta de que su vida es my inhabitual. Mientras media España disfruta de este espacio de entrevistas y cosas yo me aburro como una ostra y acabo cambiando de canal o apagando la tele. No tengo nada en contra de Pablo Motos -sí, y mucho, de los monigotes hormiga que irrumpen de vez en cuando- pero no acabo de entender por qué tanta fiesta, qué es lo que pone a todos tan contento, qué hay que celebrar.
Y me da por pensar en Mario Vaquerizo. El tipo está ahí presentando un nuevo libro que ha escrito, «Cuentos para niños rockeros» y apenas menciona el contenido de él. Suelta una chorrada tras otra, habla de comida, saca todo el arsenal de plumas e incorrecciones y sí, se ve que ha de ser simpático pero uno no acaba de comprender bien el interés inusitado por el personaje. Durante la entrevista sonrío un par de veces y finalmente cambio de canal. Creo que en el espacio éste de la MTV «Mario y Alaska» te divertías mucho con él, no sé.
Entre mis amigos la figura de Mario Vaquerizo provoca reacciones encontradas. Los tengo que directamente no lo soportan y lo matarían, a otros muchos les cae estupendamente y hay otros que directamente se parten. ¿Y yo? Pues celebro su punto divertido, su incorrección y demás pero no le veo mucho más, o sea, me puedo reír con él cuando intenta montar a caballo en el programa de Bertín Osborne (otro que provoca reacciones encontradas) y celebro su libertad para soltar lo primero que le salga por la cabeza, pero no puedo comprender que hay gente que lea sus libros o, peor aún, que compre un disco de sus Nancys Rubias.
A este respecto me viene a la cabeza una conversación lejana en el tiempo que tuve con Fali, un amigo al que hace años que no veo. Él es un tipo de sensibilidad musical exquisita y hablábamos de los motivos del gusto gay por figuras como Raffaella Carrá o Alaska, por ejemplo. Me decía: «mira, Javier, es que hay que distinguir entre la música para escuchar y la música para petardear. A los maricones nos gusta mucho ir de fiesta y esto lo utilizamos para la diversión: disfrazarnos, bailar, hacer de locas, eso…». Perfectamente comprendido. Ay, pero no sé, de ahí a ver un concierto de Nancys Rubias…
Y es que en el petardeo también hay categorías. Confieso sin rubor alguno que me gustan los discos de Alaska con los Pegamoides y Dinarama y además creo que Carlos Berlanga, que por cierto disfrutaba como un cosaco poniendo a parir a Danza Invisible, ha definido una manera de entender el pop a la hispana, es decir, ha hecho escuela. Sin embargo no le veo gracia alguna al techno cutroso de Fangoria. (Un inciso para elucubrar que los dos personajes fundamentales de La Movida son dos no-cantantes: Alaska y Loquillo. No hay en ello crítica alguna, al revés, veo un mérito extraordinario en que dos seres no especialmente dotados para el canto y/o la composición hayan conseguido producir auténticos himnos. Y es que saber rodearse, estar en el momento adecuado y vender tu carrera es parte fundamental del negocio. Por no hablar de las jugosas entrevistas que suelen conceder). Puedo aguantar un tema de Nancys Rubias y reírme en compañía de amigos maricones -esta expresión es mucho más del agrado de ellos que homosexual-, pero no entender que teloneen a New York Dolls, y mucho menos que hayan publicado ¡cinco! discos y que hagan giras en las que alardean de ir en riguroso playback a una pasta considerable.
¿Conclusión? No la hay. Solo dejo mis pensamientos vagar. Lo que sé es que en los últimos meses ha habido algunos amigos que me han dicho que yo podría tener talento para la televisión, pero en serio, estoy seguro de que no. Qué bien, durante unas semanas no he escuchado hablar a los políticos españoles.