El cantante malagueño presenta en el Cervantes su nuevo trabajo, ‘El vaivén de las olas’, un recopilatorio con vistas al futuro
Foto: Javier Ojeda, en un ensayo.
El próximo 15 de diciembre, el Teatro Cervantes volverá a temblar con Javier Ojeda, que presenta ‘El vaivén de las olas’. Se trata de una mirada al pasado con la que el cantante quiere poner rumbo al futuro, siempre sin perder «el factor sorpresa».
–¿Qué veremos sobre las tablas del Teatro Cervantes?
–Es la presentación del nuevo disco, ‘El vaivén de las olas / Lo mejor de 2000-2019’. Va a ser un concierto que superará seguramente las dos horas de duración, más largo de lo habitual. Va a estar basado en el disco nuevo en un 80 por ciento, pero por aquello de que termina la década se me ha ocurrido hacer una pequeña muestra de todos los proyectos que he hecho más allá de mi carrera. Por ejemplo, hice un tributo a Los Íberos que quedó precioso, por eso he invitado a Adolfo, el mítico cantante de la banda, que cantará un tema conmigo. Habrá otro pequeño guiño al tributo de Pepa Flores, referencias a los espectáculos que coordino basados en el soul y funky… será una especie de muestrario de todo lo que quiero ofrecer, rodeado de muchos amigos.
–¿Qué es eso de ‘El vaivén de las olas’?
–Es una recopilación y reedición de mis canciones favoritas desde que empezó el siglo hasta ahora. Desde entonces he publicado… –hace una pausa para contar mentalmente– unos diez discos en veinte años. Los he comprimido en dos, una selección muy aproximada a lo que yo considero que es lo mejor que ha salido.
–En la reedición hay muchas colaboraciones, ¿cómo le hace sentir tener tantos amigos con los que compartir su música?
–Me hace sentir súper feliz, me siento un músico muy respetado y muy apreciado, muy querido. He intentado agrupar el disco en bloques, y uno de ellos es de canciones propias incluyendo dúos y remixes, hay otro de versiones con remezclas. Quería hacer un trabajo atractivo, también para el ‘friki’ que tiene todos mis discos, porque se va a encontrar doce canciones completamente regrabadas y remezcladas, además de un tema inédito y una versión en directo nueva de ‘Sabor de amor’.
–En la lista de canciones hay muchas con la etiqueta de ‘remezclada’, ¿le gusta el resultado?
–He probado a hacer una cosa nueva, diferente. En vez de coger la canción con los mismos elementos y volverla a mezclar, he dado la libertad a la gente que ha trabajado para cambiar algunos componentes, como las líneas de batería o de acústicas. En casi todos los casos el resultado es mejor. En las que pone ‘remix’ es porque se le ha dado la vuelta por completo, se han rearmonizado y vuelto a instrumentar.
–Hay una versión nueva…
–Se llama ‘Licor de lilas’, de Eartha Kitt que fue popularizada por Nina Simone y en tiempos recientes salió en el disco de Jeff Buckley, bajo el título de ‘Lilac wine’. Habla sobre el embrujo del amor, de cómo puede cegar… es una canción muy teatral. Habla de cómo el amor se puede convertir en un veneno que cambia el alma.
–¿Alguna vez se ha tomado un veneno como ese?
–Ay hijo, sí –ríe–, afortunadamente sigo disfrutando de él.
–Echando la vista atrás, ¿podría resumir en una frase su aventura en el mundo de la música?
–Pues mira, lo dice una de nuestras canciones: si vuelves la vista atrás, nada nuevo va a pasar. Quiero decir que en la música está bien de vez en cuando pararte a mirar lo que has hecho, pero sobre todo siempre hay que estar mirando hacia delante. Vivir de la nostalgia eterna… la nostalgia puede ser bonita, pero si solo vives de la nostalgia acabas sin tener futuro, y eso es lo que siempre he intentado evitar por todos los medios.
–Como en una reinvención constante, ¿no?
–Sí. En parte hacer ‘El vaivén de las olas’ es por eso, si te fijas el álbum es súper ecléctico. Algunas están hechas con cubanos, otras con músicos más alternativos… Hay muchos inventos muy distintos pero todos con mi sello. Yo me dejo llevar siempre por mi intuición y mi pasión como músico. Nunca hago las cosas pensando en si pueden pegar o no, lo hago porque me da la gana.
–¿Y en estos años ha vivido alguna experiencia negativa?
–No, negativo como tal no. Sigue costándome arrancar como solista porque empecé a grabar, que no trabajar, en solitario bastante mayor, en el 2006, y además nunca dejé de tocar con Danza. Cuando te enfrentas al público e intentas ofrecer nuevo material te cuesta. Te encuentras con que estás mostrando algo distinto y la gente pide canciones que grabé con Danza Invisible en 1986. A veces cuesta no vivir del pasado, esa ha sido mi lucha permanente. Creo que a base de cabezonería y de ser práctico he conseguido ese objetivo. Si la gente me pide algo del pasado se lo ofrezco con los arreglos cambiados, sin perder el factor sorpresa.
–Sea sincero. ¿Se ha cansado de cantar ‘Sabor de amor’?
–Llegué a estar cansado, ya no, porque la toco en quince versiones distintas. Te garantizo que cuando me toca ensayarla con Danza porque llevamos tiempo sin hacerla, he de reconocerte que ahí sí que me aburre tocarla. Ahora, ¿en directo? Para nada, ¡la gente se vuelve loca! Además, he vuelto a grabarla con mi banda con otros arreglos y completamente rearmonizada, ves que la gente reacciona muy bien… ahora mismo hacemos un ‘Sabor de amor’ con el que a veces nos vamos a los ocho minutos de duración porque la vamos mezclando, así no nos aburrimos.
(Fernando Torres para Diario Sur).