Lectura vinílica

El cuerpo central de mi extenuante día de ayer, con el colofón del memorable concierto en Antequera, fue la conferencia «… y la Costa hizo ¡Pop!» celebrada en el Museo Carmen Thyssen, una reflexión sobre la estética pop en viejos vinilos de artistas malagueños, con pinceladas sobre arquitectura costasoleña de los años 50-60, anécdotas varias, canturreos espontáneos y final entre aplausos. Previamente tuvo lugar una imagino que interesantísima conferencia realizada por Javier Panera, reputado comisario de exposiciones artísticas y auténtico friki de las antigüedades pop, con el que tuve el gusto de compartir almuerzo y animadísima charla. Ahí estábamos los dos departiendo sobre esos viejos discos a 45 rpm y reparé al momento en que teníamos muchísimas aficiones en común.

Los aficionados a los viejos vinilos somos una especie muy particular. Generalmente se trata de amantes del periodismo cultural y el arte en general, con especial predilección por la llamémosle literatura rock, o pop, o como quieran llamarlo. En mi cuarto en concreto siempre son visibles algunos libros digamos de consulta, como pueden ser «1001 discos que hay de escuchar antes de morir», revistas especializadas y algún ensayo rock que voy leyendo poco a poco como «31 Canciones» de Nick Hornby. Este último en concreto me flipa. Son disertaciones muy particulares sobre ciertos temas que obviamente el Sr. Hornby admira y que te hace ver lo mucho que tienes que ver con el autor de «Alta Fidelidad». ¿Algún ejemplo? Utiliza «Reasons to be cheerful, pt. 3» de Ian Dury & the Blockheads para mostrarnos que de vez en cuando encuentra aspectos buenos en el hecho de ser inglés, «Born for me» de Paul Westerberg es escogida como ejemplo de lo que debe ser el solo instrumental de una canción (las notas justas, el sentimiento, el planteamiento, nudo y desenlace, es sintomático que sea un solo de piano de un guitarrista), la preciosa «I’ve had it» de Aimee Mann le hace dudar sobre si hay estulticia en el hecho de que una canción tan hermosa trate sobre las dificultades de la profesión de músico.

Lo último que he leído en este campo es una novela en sí que me encantaría recomendar en estas páginas. Se trata de «Telegraph Avenue» de Michael Chabon, un libro que te engancha desde el comienzo y que tiene una combinación entre excentricidad, trama insospechada y golpes de humor absurdo que es muy de mi rollo de llamémosle viejo cultureta pop. La trama va más o menos así: Archy Stalling y Nat Jaffe son dos amigos que continúan viviendo a duras penas de su negocio, Brokeland Records, un paraíso de vinilos de segunda mano (esto me hace pensar de manera inmediata en la tienda de discos Candilejas de mi ciudad, que sobrevive casi de milagro). Sus esposas, Gwen Shanks y Aviva Roth-Jaffe, son unas comadronas míticas que han dado la bienvenida a miles de recién nacidos a la comunidad, en cuyo corazón se erige la tiendecita de nuestros protagonistas .Cuando el ex jugador de fútbol americano Gibson Goode anuncia su intención de construir una macrotienda casi al lado de su establecimiento, Nat y Archy temen por el futuro de su pequeño negocio. Mientras tanto Aviva y Gwen se encuentran en medio de una batalla legal por su existencia profesional que pone a prueba los límites de su amistad. Y para añadir un poco más de lío, aparece por sorpresa Titus Joyner, un adolescente de catorce años que asegura ser el hijo de Archy, y que es el amor de Julius, el hijo quinceañero de Nat.

¿Confundidos? No se preocupen, ya he dicho que la lectura de «Telegraph Avenue» es increíblemente amena y es también disfrutable para cualquier persona que no comulgue con el prototipo de lector que he retratado al principio, o sea, yo mismo o tipos como el mentado Javier Panera o mi gran amigo Manolo Bellido. Al que tengo ganas de ver, por cierto.