Siempre me he reído de aquellos artistas que hacían retiros espirituales para componer. Aquello de «yo me voy al campo a desconectar y concentrarme para que venga la inspiración» me ha parecido de un burgués horrible, ¡como si uno hubiese necesitado de eso cuando siendo adolescente agarró una guitarra y empezó a bramar sus primeras canciones! Pero mucho me temo que es en cierto modo lo que he hecho durante este confinamiento, el tomármelo como si hubiese estado recluido- de hecho todos lo hemos estado, que tonterías digo-, para armar nuevas piezas sonoras. Y la verdad es que ha dado resultado, de hecho hacía muchísimos años que no me plantaba con una camada de canciones tan grande. Y lo mejor de todo es que esta ilusión me ha hecho pasar el mal trago con más buena cara que mala, de hecho mis preocupaciones van más por mis compañeros que por un servidor.
Por eso no he leído tanto como se podría esperar, especialmente viniendo de mí, que no suelo estar apartado de un libro mucho tiempo. Pero por supuesto que he leído, claro está, por ejemplo he terminado por fin la «Historia del jazz» de Ted Gioia, un tocho que tenía arrinconado desde hace hace algunos años, pura erudición. O el libro de letras de The Beatles, que te hace ver la importancia de la sonoridad de las palabras para armar una canción, prácticamente y a veces más que el contenido. Algún cómic viejo que se me había pasado, como «El camino a América» de Thevenet-Baru o «La metamorfosis» de Álvarez Rabo. Y el que empecé e interrumpí por una repentina llegada de inspiración: «Me llamo Lucy Barton» de Elizabeth Strout.
Este libro es verdaderamente destacable. No lo he terminado aún, pero es de esas obras que brillan con luz propia; su línea argumental parece ideada para tiempos de reclusión: una chica entra a un hospital para hacerse una operación de apéndice y de pronto resulta que la cosa es más complicada que eso y se ve obligada a quedarse hospitalizada. Allí recibe la visita de su madre, mujer con la que mantiene una relación de bastante frialdad, y esta se queda a acompañarla durante cinco días y noches. Poco a poco vamos descubriendo una historia familiar a través de las confesiones de dos mujeres que están descubriendo que realmente se quieren. Insisto, no la he terminado pero hay momentos en los que el corazón se te encoge mientras lo lees. Muy recomendable, y además no se trata de ninguna rareza, es algo parecido a un libro de éxito perfectamente localizable en cualquier librería, física u online.
Estoy dosificando los momentos de paseo, de atender a la familia, de ver alguna película o serie estos días para no obsesionarme con el vaivén de ideas musicales que me están viniendo, esto exige también sus momentos de distancia. Pero ahora me toca terminar el libro: después de haber compuesto dos de las mejores canciones que me han salido hace años en estos últimos cuatro días, mi mente necesita ir a otro lado, estoy extenuado.