Los fotógrafos no hablan, disparan. Solitarios, vagabundeando por la ciudad, con el arma cargada desde el cuello al dedo veloz que ejecuta el enfoque, la pieza que unos segundos antes se ha cobrado su ojo avizor. Un rostro entre la magia imprevista del instante y la fugacidad de su gesto, el misterio de un objeto fuera de su hábitat, la metáfora de una imagen, el naipe de un tarot humano. Y a veces el retrato de alguien, poderoso, magnético, conocido o anónimo el monólogo de una mirada que nos cuenta a los ojos su manera de observar el mundo. Málaga está llena de cámaras caminando a diario de la mano de profesionales de un lado a otro del tiempo en su contra para dar cuenta de noticias, de personas y de ambas cada cual busca su propia perspectiva, la luz, la sombra que los distinga como reporteros gráficos. A menudo me cruzo con ellos, compañero de todos en la admiración por su trabajo. Julián Rojas, Ñito, Dani Pérez, Sergio Camacho, Javier Albiñana, Jesús Domínguez, Álex Zea, Álvaro Cabrera, Bori, Antonio Pastor y hasta no hace mucho Carlos Moret, Arciniega, Gregorio Torres y Fernandito González. Más de un nombre seguro que se me escapa veloz antes de que llegue a sus prisas y podamos saludarnos siempre fugaces. Todos ellos guardan en sus archivos otras imágenes más personales, destinadas a una exposición, una campaña de encargo o un libro de autor. Muchos han expuesto en salas de arte de la ciudad como Mariano Pozo e incluso en las estaciones de metro José Cortés, nadie como él ha logrado positivar en blanco y negro la pasión desbordante de Javier Ojeda cuando canta, salta, y empina la garganta en un solo sobre fondo de bajo. (…)
(Fragmento del artículo de Guillermo Busutil para La Opinión de Málaga).