Regreso a Puertollano capital

Es regresar al Poblado de Puertollano, al olor de césped de junio, y descubrirse uno de repente con 20 años, en aquellos veranos de pandilla y pereza entre el siseo de los aspersores y los grillos. Llegamos a la Plaza de las Palmas del Club de Empresa Enpetrol, como así lo conocimos entonces, para participar en «El último Baile» y aquí, esperando las actuaciones de Pancho Varona y Javier Ojeda, nos reencontramos y nos reconocemos en nuestra vieja normalidad, sin nostalgia, porque no tuvieron que ser épocas mejores, o sí, pero agradecidos de bregar de nuevo con los camaradas del tiempo, que nos rescatan de la rutina de ser ya señorones venerables y nos transportan con solo mirarnos al mítico Puertollano de los 90.

El evento, organizado por Cementerio de Elefantes, reunió a medio millar de amigos de una época irrepetible y gloriosa, en la que Puertollano se coronó de capitalidad, “Puertollano Kapital”, proclamaban las pintadas; y en la que trascendieron al subconsciente colectivo fiestas, locales, pubs y eventos, hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, antes de los terrores biológicos, las crisis, la geopolítica tenebrosa, los smartphones, la Inteligencia Artificial y la dictadura de Internet.

Y aquí, con nuestra gente de siempre, los chicos y las chicas del pueblo, disfrutamos como enanos escuchando a Ojeda y Varona, sin el escudo de los años o las decepciones, como adolescentes de hierro y cromo perdidos en las tardes de aquellos sábados gloriosos en la milla de oro entre Quinta Avenida y Moto Club, o en las madrugadas de regreso de los chiringuitos del ferial.

Esas sensaciones han regresado en parte esta noche, de la mano de unos artistazos, claro. Saltó a las tablas el legendario Pancho Varona, coautor de las mejores canciones de Joaquín Sabina, Ana Belén, Estopa o Luz Casal, el caballero plateado con la formalidad exquisita del blues que se arremangó armado tan solo de su guitarra para versionar soberbios temas que han dado la vuelta al mundo.

Cerró la noche ‘Danza Invisible’ y el incombustible Javier Ojeda, un artista tan excepcional en la historia de la música pop española como accesible en la distancia corta de su gracejo andaluz. Nos recordamos a nosotros mismos, sudando en las pistas de la calle Numancia, coreando “Sabor de amor”, sin temor a los madrugones ácidos de la víspera de un examen fatal y las taquicardias insomnes de los estudios nocturnos. Con él, siempre rebotando como un torbellino en su disparate de cabriolas y desmelenes, recuperamos, desafiando lumbalgias y contracturas, aquellos sonidos románticos y caribeños con toques de new wave. 

El Último Baile se cerró con besos de labios de fresa, en la confianza, ojalá, en que todos podamos reunirnos de nuevo muy pronto, y vivir para contarlo.

(Santos G. Monroy para Mi Ciudad Real).