Burocracias, un sarao, lecturas agradables… la semana avanza sin amenazas
Foto:Javier Ojeda / ÁLEX ZEA
Lunes. Madrugón. Radio. No hay muchas noticias. Me preguntan sobre la reaparición del Papa. Me alegro. No sé mucho más pero como dos palabras me parecen poco («me alegro»), elucubro algo sobre el vaticanismo, que es una forma muy sui géneris de hacer política. Avanza la mañana. Lo raro sería que retrocediera. Va uno a uno de esos centros médicos modernos y privados con el cuerpo soso y de lunes, con la expectativa de que lo hagan esperar y de que haya que hacer trámites y papeleo. Burocracia. Pero a veces las cosas salen no solo bien: también de forma rápida. Ya tengo ganas de leer, por cierto, esa nueva novela que va sobre la burocracia, de Sara Mesa. Siempre inquietante, creadora de atmósferas muy particulares. Bueno, digo que la mañana va bien y que estoy libre inopinadamente pronto. Parece que la primavera se abre paso. Leo a Juan Manuel de Prada mientras me atizo un café. Qué prodigio narrativo, qué variedad de personajes. De nuevo pone en danza a gentes como Ruano, Picasso, María Casares, Marañón, etc.
Martes. Comienzo a ver en Netflix la serie El gatopardo. Ay, esos paisajes, esa Sicilia, la decadencia, la clase social que se empecina en no perder privilegios. Magnífica ambientación y ritmo. Tentaciones de releer la novela. Hay gente que piensa que releer es de viejos y gente que no hace otra cosa que releer. Viajé a Sicilia hace muchos años. Me conmovieron las ruinas (griegas) de Agrigento, la ruta de la mafia (Corleone Prizzi), ese Palermo ajado y vivísimo, el caos, la fruta, las rotondas anárquicas, las verbenas. Un gran país dentro de un gran país. Algunos pasajes de la serie podrían ser, por ejemplo, sin los palacios y palacetes, el Valle del Guadalhorce. Muchos limones en ambos lugares. Sacar parecidos es un deporte de riesgo. Ácido como los limones a veces.
Miércoles. En una entrega de premios. Envidia de esa gente que sabe moverse en los cócteles. Endivias con atún. Los canapés pasan semi veloces en bandejas que refulgen portadas por graciles camareros sonrientes y hasta vivarachos. Una camarera se parece a Maribel Verdú. Le digo a un compañero que se lo diga. Se lo dice. No le hace ni pura gracia. Observo a quien sabe ir de corrillo en corrillo, de selfie en selfie, de croqueta en croqueta. Sonrisa blanquísima. Hay gente incluso que pareciera tener habilidad para estar en la parte de fuera fumando con un vino blanco y en la parte de dentro sin fumar y con un vino tinto. A la vez. Charlo con el director del Aeropuerto, que es un hombre afable, culto y ameno; con el concejal mijeño Juan Carlos Maldonado, con los dueños de Navarro Hermanos, con Andrés Olivares, que preside la fundación pro niños con cáncer que lleva su nombre. Saludo al alcalde De la Torre, que pese a que son las ocho de la tarde viene de un acto y tiene otro a continuación; converso con una delegada municipal de la que no recuerdo el nombre y también con un periodista valenciano que me cuenta de primera mano las intenciones de Francisco Camps sobre volver a la política y algo sobre la legendaria tarde ginebrosa de Mazón en el restaurante. Brindo cerveceramente con Javier Ojeda, que ha puesto la guinda al acto y en pie (Labios de fresa) a un auditorio seriote, empresarial, político y solemne. Labios de fresa la saben bohemios y afectos al sistema, pijos de corbatón y camiseteros podemíticos. Doy unos cuantos abrazos y me los dan. A ratos me siento un impostor y a ratos un reportero intrépido recabando información. Pero en realidad soy un señor al que le duelen un poco los pies y le tienta dar la espantada camino del sofá. La Maribel Verdú apócrifa saca los postres.
Jueves. El Ayuntamiento de mi ciudad proclama una moratoria «global» para los pisos turísticos. Global no sé si significa de Huelin a Groenlandia. La letra pequeña dice que es moratoria por tres años. O sea, más que global es temporal. Los pisos turísticos se van a prohibir cuando ya no cabe ni uno más.
Viernes. Regalo ejercicio para los talleres de escritura: describir el sabor de un carajillo.
(José María de la Loma para La Opinión de Málaga).