«Me llamaron a comienzos del mes pasado para ver si me apetecía hacer un papelito corto en la obra de teatro «El cadáver está servido». ¿Dónde? «Es en La Térmica, serían tres funciones diarias entre los días 12 y 1 de marzo.» ¿Bueno, y qué tengo que hacer exactamente? «Pues tienes que hacer el papel de fantasma de la Duquesa de Alba. Te vestiremos como ella y tienes que aparecer bailando unas sevillanas espectrales y luego, cuando te pregunten el nombre del asesino has de balbucear y…«. Uy tío, no sé qué decirte, qué friki, ¿no?
Pues al final lo hice, aunque al principio decliné la invitación. Es un reto, pensé, y hace falta en ocasiones dar el salto hacia lo desconocido para percibir nuevas sensaciones. Me lo pasé de escándalo como ya he narrado anteriormente en redes sociales, pero ahora os voy a contar lo que sucedió en la última de las funciones, ¿vale? Resulta que estaba presente mi amigo el fotógrafo José Cortés y cuando me vio maquillado exclamó: «Hostias, ¿sabes que así pintado le das un aire a Bowie?» Entre risas a la maquilladora le dio por pintarme el famoso rayo cruzado de «Aladdin Sane» y de pronto nos dimos cuenta de que se nos había ido el santo al cielo y tenía que salir ya a escena, no me daba tiempo a quitármelo. Así que salí a hacer mi papel disfrazado de Bowie de Alba y en el tramo final, cuando se suponía que debía interpretar una rumba flamenca, me iluminé: mientras el guitarrista tañía acordes paródicos de flamenco me dio por interpretar un «Space Oddity» andaluz con la voz temblorosa de la difunta señora de la realeza. El público se partía y sin darnos cuenta le dimos a Bowie el más extravagante de los homenajes que ha recibido tras su fallecimiento.
David Bowie fue mi ídolo principal hasta que tuve unos 25 años o así. Me fascinaba todo en él, porque a su innegable categoría como músico le unía una presencia magnética e impenetrable que lo hacía único. En resumidas cuentas siempre fue una «star», y posiblemente por eso su deceso ha sido el más sonado de este comienzo de año en el que nos han dejado tantos grandes artistas. En la música pop y especialmente para el público joven siempre han sido muy importantes las estrellas, y mantengo la teoría que una de las máximas para serlo es que HAN DE SER DISTANTES.
Ser un buen músico no tiene nada que ver con ser una estrella. Por ejemplo, yo seguramente soy un buen cantante, un audaz artesano de la canción y puestos a echarme flores un animal escénico de primer orden, pero nunca una estrella. Demasiado cercano, demasiado accesible, no mido en absoluto las apariciones públicas, soy el típico tío con el que te tomarías una copa tranquilamente. Pero seguro que no te imaginas lo mismo al lado de Calamaro, Bunbury o Loquillo, contra los que por cierto no tengo nada, ¿verdad? Ellos sí son «stars» y en el caso del Loco la música ya casi es lo de menos. ¿Os cuento un cotilleo? En el 2006 el Sr. Sanz me espetó en un camerino de Zaragoza: «Enhorabuena tío, ya era hora de que dejases a los Danza y volases solo, porque tú eres la PUTA VOZ de este país.» A lo que yo le respondí humildemente: «bueno, es que yo no he dejado al grupo, solo he decidido grabar este disco en solitario y..», «Basta, da igual», me dijo. «Tienes que tenerlo claro, tío, eres la puta voz y has de darte cuenta. Tú eres el cantante pero eso sí, YO SOY LA ESTRELLA.»
Creo que esto lo dice todo, ¿no? Os dejo con las alucinantes fotos de José Cortés.