Sé que hablar sobre una novela que aún no has terminado y que se publicó hace ya nueve años no es precisamente lo más adecuado para encandilar a posibles nuevos lectores, pero tanto da, escribo estas líneas porque estoy disfrutando de lo lindo con «Cómo se hace una chica» de la escritora británica Caitlin Moran. Lo compré a poco de editarse pero ha sido ahora cuando le he hincado el diente y me lo estoy pasando bomba.
Breve sinopsis: Johanna Morrigan es una adolescente feúcha y gordita que vive una existencia de mierda en Wolverhampton que intenta aliviar masturbándose con cuidado para no despertar a su hermanito; su padre es un músico fracasado que le da al frasco más de lo debido y su madre tiene tendencia a la depresión. Hasta que todo estalla a partir de un hecho fortuito y Johanna decide convertirse en neo-Johanna; se cambia de nombre (Dolly Wilde) y de look, comienza a beber y fumar sin desmayo, cambia la masturbación por el folleteo sin freno y se hace crítica de rock, terreno en el que pronto destacará por sus salvajes y sarcásticos artículos donde no deja títere sin cabeza. No cuento más porque no procede y porque, bueno, aún estoy en el 60% de la novela.
Es fácil ver en la protagonista un trasunto de la misma autora, Caitlin Moran tiene una pinta de loca divertidísima y un look a lo Alaska cuando estaba en «La bola de cristal», fue crítico de «Melody Maker» y allí hablaba también sin tapujos sobre drogas, sexo o política y se permitía el lujo de poner a parir a ciertos hype del momento, aunque siempre con mucha gracia. Digamos que hasta ahí llegan las coincidencias. Lo que me ha llamado poderosamente la atención de este «Cómo se hace a una chica» es su visión feminista de los temas fundamentales de la existencia, o mejor dicho, la manera de mostrar a las claras cómo piensan ELLAS.
Soy de los que opinan que toda esta ola feminista de los últimos años es absolutamente necesaria y ha llegado para quedarse, sería preocupante que la cosa quedase como una moda o que se sufriesen retrocesos en los avances conseguidos en los últimos años, a este respecto sobrecoge escuchar la definición de feminismo que dio el candidato de Vox por Málaga: «es una actitud agresiva de un grupo de señoras muy subvencionadas y muy organizadas». ¡Como si el respeto y la lógica equiparación de la mujer fuese cosa de izquierdas! Pero sí que es verdad que opino que el tono sermoneante no es el adecuado para reivindicar según qué cosas, se me viene a la mente por ejemplo la pereza que siempre me da ver en la tele a Leticia Dolera hablar siempre de lo mismo con el gesto fruncido (aunque no llegue a los extremos de hartazgo que me provoca la tabarra de otros monotemáticos como Torra y Puigdemont). En definitiva, el sentido del humor sigue siendo para mí la mejor manera de enfrentarse a según qué temas. Creo estar comprendiendo mejor a la mujer a través de las páginas fulgurantes, desquiciadas de Caitlin Moran que a partir de cualquier otra cosa reciente.
A lo mejor es que en el fondo queda en mí mucho del espíritu punk de los 80. Recuerdo lo que me dijo hace poco mi guitarrista Agustín Sánchez a propósito de mi legendaria resistencia a la fiesta: «No he conocido a nadie con tanta marcha como tú, salvo quizá Migue de Antílopez, aunque él es mucho más joven. Pero sois distintos , él es mucho más flamenco y tú más punk.» Ay, estos días he estado releyendo los artículos gamberros que publicaba en el extinto periódico ADN y me da por pensar que, si bien en la música no estoy perdiendo filo alguno, al contrario, a lo mejor mi tono al escribir se ha dulcificado un poco. Menos mal que mi hijo Javier parece haber heredado parte de mis genes, hace poco tituló un artículo así: «La libertad de expresión no ampara vuestras estupideces machistas». Seguro que a Caitlin Moran (por cierto, natural de Brighton, la ciudad más divertida y liberal del Reino Unido, donde mi hijo residió durante once meses) le encanta la contundencia del titular.