A mí me gustan los cómics. Sé que hay un porcentaje alto de aficionados que dejan de serlo una vez pasada la treintena o cuarentena, pero no es mi caso. Intuyo que es una herencia de los 80, seguramente la edad dorada de este arte que en el mejor de los casos, no siempre, consigue fusionar la literatura con la ilustración en cópula admirable. El caso es que, llámenme infantil si ustedes lo desean, yo sigo haciéndome listas de cómics que deseo leer y cada X tiempo compro algunos de ellos (¿verdad, amigos de En Portada?), o recupero algunos antiguos que no llegué a catar antes de que empiecen a criar malvas en la estantería.
Es el caso de tres del 2016 que he conseguido ahora devorar, una vez que la vorágine de conciertos ha cesado un poco. Voy a empezar con uno de aquí; el singular «La reina orquídea» del autor pacense (de Badajoz, coño) Borja González. No recuerdo quién me lo recomendó, el caso es que lo tuve hibernando durante mucho tiempo porque no sé, había algo en el dibujo que no me resultaba atrayente. Craso error, porque a medida que vas entrando en el relato y te familiarizas con el trazo vas descubriendo la minuciosidad de los detalles y la originalidad de presentar las figuras humanas sin rasgos. El guión mola mucho, resumiendo muchísimo trata de una pareja de princesas que se juntan en verano y piden un deseo al rey de las hadas, un ritual con el que siempre empiezan sus vacaciones. A partir de aquí no sabemos exactamente qué sucede en la trama pero el autor consigue hipnotizarnos hasta llegar a un inopinado final, básicamente este tebeo, llamémosle así sin prejuicio, trata del paso de la adolescencia a la madurez. Un artefacto bonito que merece atención, voy a ver qué tal lo nuevo que ha publicado Borja González.
Con el cómic japonés tengo un problema y es que eso de leer al revés me cuesta, oye. Por eso voy acumulando los mangas que compro hasta que me auto-obligo y los leo, como es el caso de «Sunny» de Taiyo Matsumoto. Diréis que estoy colgado al hacer esto pero os garantizo que os equivocáis, los pequeños esfuerzos intelectuales traen la mayor de las satisfacciones. «Sunny» está total, ambientada en un hogar de acogida es una obra en la que se palpa el respeto del autor por los niños desatendidos por sus padres. No he podido dejar de acordarme de mi amiga Paula al leerlo, es un relato sentimental y emocionante, pero no sensiblero en absoluto. Un retrato conmovedor de la infancia que ganó el premio al mejor manga de ese año.
Precisamente el que más pensaba que me iba a gustar, de hecho ha sido el primero que he leído, me ha defraudado un poco. Se trata de «Intrusos» de Adrian Tomine, autor que conocí gracias a mi amiga Cristina Navarro, que me regaló su «Sonámbulo y otras historias» hace ya tiempo. Éste me gustó tanto que decidí pillar esta otra colección de historias breves, pero digamos que no me ha llegado igual. Gráficamente es poderoso, en la línea de los grandes creadores americanos surgidos en los 90 (Bagge, Clowes, etc.) y tiene en común el tratar temas adultos con un tono desesperanzado. Lo que pasa es que a lo mejor he observado un tono demasiado grave en estas historias sobre retornos al hogar que me lo ha hecho pelín farragoso. El contrapunto del humor es para mí muy importante y aquí lo he echado en falta, al menos en algunas de sus historias. Hasta dentro de muy poco, amig@s.