Mientras escribo estas líneas estoy con unas chancletas, camiseta arrugada de propaganda y pantalones cortos seudo-militares. Verdaderamente, y especialmente en verano, me encanta ir vestido de cualquier manera y cojo lo primero que vea a mano. Pero, ah, eso no quiere decir que el arreglo personal no me interese. De hecho, considero muy importante el ir bien vestido a actuaciones o entrevistas, ¿eh?. Lo que pasa es que el “look” que siempre me ha gustado para mí no tiene mucho que ver con el habitual de los músicos de rock; de hecho, jamás me han interesado los pendientes, tatuajes o movidas tipo remaches. ¿Soy un poco pijo? Pues para la ropa, me temo que sí, y con la edad me voy acercando más a un estilo clásico y vagamente anónimo, donde no faltan las blusas, americanas y demás. A lo mejor es influencia de los primeros músicos que me volvieron loco: tanto Roxy Music como el Bowie berlinés o los Talking Heads optaban por un look más burgués en contraposición a la estética punk imperante a finales de los 70.
Sin embargo, los Danza, precisamente, jamás ha sido un grupo que haya cuidado el atuendo, en absoluto, salvo en los tres o cuatro primeros años. De hecho, una gente de una revista así medio alternativa del norte nos eligió una vez como la “banda peor vestida del país”. Y tras ver las fotos de la época (mediados de los 90) con esas horrorosas camisas floreadas me temo que, grrrr, algo de razón tenían los cabrones. Bueno, tal y como yo lo veo ahora, en los primeros tiempos nos dejábamos llevar por ese ambiente glamouroso y fitzgeraldiano de la Málaga de los primeros 80, y es que cuando uno es muy joven tiene una necesidad loca de epatar, de ser distinto, de provocar. Años más tarde lo que se hace patente es que es absurdo disfrazarse, vamos, hay que ser auténtico con la personalidad real de cada cual y desde luego los Danza somos gente del pueblo, “normalazos”, que diría el cretino del Javier Ojeda de los 18 años. ¿No sería un poco ridículo ver a Manolo con tupé, o a Antonio con un piercing? Está claro.
Pero a mí sí me sigue gustando verme guapete, tonto que es uno. Tengo pantalones de Gaultier o Versace, camisas de Amaya Azuaga, bonitas corbatas o chalecos (aunque me lo compre todo de oferta), y me encanta aparecer en escena tó bacilón con mi chaqueta nueva. Como contrapartida, me la trae floja el que dirán, y me puedo presentar en el banco vestido de ciclista, para desesperación de mi madre. No debería asombrarse: el freaky de mi padre se tiró un año vestido con chilaba (“¡todos los andaluces tenemos herencia musulmana!”) cosa que me temo que ahora, lamentablemente, le podría causar algún problema.
Artículo publicado en ADN Málaga el 6-9-07