Últimamente me ha dado por pensar que el castellano es un idioma incompleto, contradictorio. Por lo pronto uno no sabe si llamarle “español” o “castellano”, siempre acabas molestándole a alguien, y para colmo de males, parece rebelarse contra su propia naturaleza: una lengua tan rica en vocablos rotundos como “zapato” o “mamonazo” muestra una alarmante impericia a la hora de escoger sus nombres de pila. Piensen en el mío, mismamente, y lamenten conmigo su falta de definición, ¿no es acaso Javier un vocablo de sonoridad mediocre? Por no tener, no tiene ni santoral, el 3 de diciembre es el día de San Francisco Javier, añadiendo un torpe “Francisco” a su manifiesta debilidad sonora. Pero es que si sigo enumerando llego a la conclusión desarmante de que nuestros nombres son pobres, ni siquiera los fornidos vascuences escapan de esa falta de virilidad. ¿O no es Iker , con todos los respetos, una clara muestra de falta de contundencia? Piensen en los alemanes, con esos gloriosos Herman y Hans, y lloren conmigo por la decadencia de nuestra Iberia perdida.
Las claves de la caída de nuestro imperio son profusas, pero yo tengo claro que coinciden con la supresión del prefijo. ¿Sorprendidos? ¡Que saben ustedes, camaradas! ¿O acaso no han reparado en que los susodichos alemanes, aún sin necesidad, aportan un contundente Von a muchos de sus apellidos? ¿Y qué decir de sus vecinos holandeses, que suplen las alarmantes carencias de su irrisorio país aportando un Van a todos esos apellidos que parecen un conglomerado de escupitajos? Ah, ja, ja, yo he descubierto lo que pocos saben: la culpa de todo la tienen los italianos, es decir, el imperio romano. Antes, en nuestra antigüedad, vivíamos plácidamente guerreando entre nosotros y disfrutando de nuestra contundencia lingüística y mamporrera -no en vano he averiguado que alguno de nuestros apellidos más validos, como por ejemplo OROZCO, provienen del idioma íbero- y nuestros reyes tartésicos, en particular ARGANTONIO, añadían un maravilloso prefijo (en este caso “Arg-“) a su nombre de pila para acabar de pulirlo. Más, ay, tuvieron que llegar los romanos, los antecesores de ese país de opereta que es Italia, para liar la marrana con su lamentable “i” final –entonces en latín “us”, igualmente patético- , que da un plus de ridiculez a vocablos como “tortellini”, “macarroni” o “spaghetti”. Mostremos sin reparo nuestro desprecio por su nefasta influencia y, créanme, volvamos al inicio, lo más importante de nuestro ser, por donde se empieza: el prefijo.
Estoy pensando que sería una buena idea hacer una oficina, mejor un ministerio, de prefijos. Seguro que en estos tiempos de crisis, la población española ganaría mucho en autoestima al conseguir, ¡oh inalcanzable meta!, redondear al fin sus nombres de pila. Estimo, incluso, que al fin podríamos darle sopas con ondas a la Sra. Merkel dando un interesante giro copernicano que consiste en utilizar no uno, sino múltiples prefijos que se adecuen a cada nombre. Para eso yo me encargaría de seleccionar a los mejores especialistas, el personal más adecuado para atender a la creciente demanda de población que busca, al fin, su prefijo. Yo empecé hace tiempo al descubrir que “Pepe”, vocablo español donde los haya, queda más redondo al añadirle la entradilla “Car”, ¿no es mucho más definitivo “CAR-PEPE”? También empleo al menudo “Con”, prístina muestra de contundencia, que viene como anillo al dedo a vulgaridades como “Carlos” o anglicismos -¡la pérfida Albion!- tipo “Christian”, ¿no son bellos “CON-CARLOS” o “CON-CHRISTIAN”?
Ya, por supuesto que hay nombres que, milagrosamente, escapan a la horrorosa influencia latina. A mi mente viene por ejemplo, “Manolo”, genuina muestra de autoafirmación hispana ante el influjo hebreo que nos impuso “Manuel” (más tarde la iglesia, en una plausible muestra de compasión, intentó arreglar algo el desaguisado proponiendo el insuficiente “Em-Manuel”); pero incluso aquí encuentro argumentos para un lindo prefijo: “POR-MANOLO” añade matiz futbolero, justiciero o muchas cosas con el puño en alto, (“por” también me gusta para “POR-PACO”, ¿o no?). También nos vale para los que tienen matiz humorístico, el difícilmente arreglable “Agustín” gana al añadir “tan” (“TAN-AGUSTÍN”).
Vayan disparando: para el mote de mi amigo Wosky tengo “BOR-WOSKY” o el misterio de los Cárpatos, GARG-ALEX, JAL-FELIPE (con admisible influencia morisca), etc. ¿Nombres de chica? Ejemplos a cientos: “PER-VIRGINIA” aporta misterio al monjismo original, “FOR-ESTHER” compite con los yankis en su propio terreno, oh yeah, “TAN-NATALIA” o la seguridad en ella misma, “GURB-ARANTXA” sencillamente es hermoso, al igual que BON-MONTSERRAT, con ese toque tan del Maresme.
No quiero aburrirles pero es de justicia que, antes de culminar este pequeño tratado, les deje con un importante consejo final: no se auto-prefije. Ya se ha dado el caso de personas que han arruinado su existencia por no escoger su prefijo adecuado, por tanto, siempre acuda al mejor especialista. Si los matasanos lo tienen claro, nosotros también, ¿o no?
(Este es un ¡JO!Delirio o acceso momentáneo de locura inspirado por la realidad española actual y en concreto, dos recientes decretazos municipales: prohibida la música en las calles de Madrid y prohibido que los niños de Torremolinos jueguen a la patineta, lo que os cuento.)