José Manuel Casañ, de ‘Seguridad Social’: «Cuando aprendes a tocar, ya no puedes ser punk»

Foto: José Manuel Casañ, 59 años al pie del cañón

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La banda valenciana está celebrando sus 40 años en la música con una gira. “Nunca guardo la maleta: siempre está en el suelo de la habitación, preparada”, asegura su líder

«Pensé que los Clash y Peret podían convivir en una canción. En quince minutos saqué la música y la letra de ‘Chiquilla’»

«He dejado el alcohol: las resacas de ahora no son como las de los 18 años», explica

José Manuel Casañ (59) está poniéndose a tono para recorrer el Camino de Santiago. “Nunca lo he hecho, y quiero iniciarlo desde Francia, pasando los Pirineos, hasta Finisterre”, dice. “Lo voy a intentar, y me estoy preparando, porque tengo los pies planos y una operación de rodilla. Hago mis ejercicios tres veces a la semana, voy a un gimnasio, me gusta caminar muchísimo… Ahora me cuido mucho más. He dejado el alcohol: las resacas de ahora no son como las de los 18 años. Me siento fuerte, me siento muy bien en este momento de mi vida”.

Un buen momento personal que se replica en lo profesional. Al frente de su grupo, Seguridad Social, lleva meses recorriendo España con la gira que celebra el 40º aniversario de la fundación de la banda. En su itinerario, una fecha muy especial: el 3 de marzo en los Jardines de Viveros de su ciudad, Valencia, con invitados como Sole Giménez (exPresuntos Implicados), Javier Ojeda (Danza Invisible), Miguel Costas (exSiniestro Total), Manuel España (La Guardia), Pablo Carbonell (Toreros Muertos), Pepe Begines (No Me Pises…), Carlos Segarra (Los Rebeldes), Chimo Bayo…

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“Estoy disfrutándolo tanto como al principio”, nos dice. “Sí que es cierto que ahora me retiro antes a dormir; antes terminaba un concierto y me gustaba explorar la noche. Ahora estoy mucho más tranquilo en ese sentido, pero básicamente sigo disfrutando igual; han pasado cuarenta años y para mí es como si no hubiera pasado nada. Básicamente estoy con la misma ilusión que cuando empecé. ¡Ni de coña pensábamos que íbamos a estar cuarenta años! Ni en mis mejores sueños, porque a pesar de que soy suicidamente optimista y me hago muchas ilusiones, me parecía eso extraordinariamente iluso por mi parte”.

Fans de toda la vida son sobre todo quienes llenan sus conciertos. “Mucha gente se sorprende. Va a vernos en directo y dice: ‘Anda, estos cabrones siguen dando toda la caña del mundo’. Algunas veces más en el candelero y otras menos, por nuestra parte siempre estamos al 100% preparados para ser los más grandes”, explica. Nunca han parado. “Mis músicos se quejan: ‘Jose, ¿cuándo nos vamos de vacaciones?’ ¡Nunca! Cuando llega diciembre procuramos tocar menos, porque también hay menos demanda. Pero siempre estamos listos para que nos avisen de cualquier lado. Nunca guardo la maleta: está en el suelo de la habitación, preparada para irme de casa”.

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Del punk a ‘Chiquilla’

Corría 1991 cuando Seguridad Social dejó pasmado al personal con una canción titulada “Chiquilla”, incluida en su disco Que no se extinga la llama. Se suponía que eran un grupo punk: habían debutado en 1982 con el ya mítico “Comerranas”, a ritmo de ska espasmódico —aunque en 1985 participaron en un ya renovado Festival de Benidorm, donde quedaron segundos—, y sus seis primeros álbumes habían afianzado su proteico sonido. Sin embargo, esta canción, rematadamente comercial, daba a su rock aires cañís.

La acogida fue mayestática: aquel verano llegó al número uno de Los 40 Principales y la banda protagonizó una gira por toda España (y Francia y Suiza) que la mantuvo año y medio en la carretera. En 1992, ya en la liga de los grandes, tocaron en la Expo de Sevilla y congregaron a 250.000 almas en la Alameda de su ciudad natal. Tiempo después Bunbury y Raimundo Amador grabaron una versión.

Para explicar aquel crucial cambio de sonido se remonta a los inicios de la ruta del bakalao, la cual, afirma, tuvo dos partes. “En los ochenta, el tecno, el rock, el after punk… convivían en las mismas discotecas. Ahí nacimos. En los noventa, la ruta se centra en el techno. Y como no teníamos música que nos gustara cuando salíamos por Valencia, teníamos que irnos a bares de blues. Ahí por cojones aprendimos a tocar. Cuando aprendes a tocar, ya no puedes ser punk. El punk es maravilloso, pero empiezas a evolucionar como músico y tienes otra visión. En 1990 lanzamos el álbum Introglicerina, con el productor Andy Wallace [quien después grabó el disco Grace de Jeff Buckley y el Nevermind de Nirvana], y me doy cuenta de que me faltan cosas. He crecido con los Clash, pero también con Peret. Y pensé que los Clash y Peret podían convivir en una canción. En quince minutos saqué la música y la letra de ‘Chiquilla’. Con ese tema cogimos el ascensor”.

Más tarde bucearon en la música latina (En la boca del volcán, 1997), el folk del Mediterráneo (Otros mares, de 2003, y Puerto esconcondido, de 2005)… “El rock es bastardo, nació como mezcla de otros estilos, y por eso no puede morir: volverá a mezclarse con otra cosa que ni siquiera aún existe”, augura. Pero aunque de mente abierta, hay combinaciones por las que no pasa. “El reggaetón nació de la cumbia y el raggamufin… Pero tiene dos cosas que no me gustan: la primera es que contiene una misoginia feroz… las letras son un poquito insultantes; y la segunda, que son muy malas. Yo le doy extraordinaria importancia a las letras, y desgraciadamente faltan buenas letras en las canciones de reggaetón”.

Es un hecho que el éxito de los noventa no ha vuelto, pero de algún modo Casañ y los suyos se las han arreglado para sobrevivir al embate de las modas que vienen y van. “Somos como la lámpara de Aladino: si nos frotas un poquito, acabamos surgiendo”, bromea. Primero, Operación triunfo. “Los músicos que llevábamos más tiempo nos comimos los discos que sacamos: no había espacio en la radio más que para eso”, lamenta. Después, el indie. “Otra moda más. Al final los grupos indies dejaron de cantar en inglés afortunadamente, porque se les entendía mejor en español… y no siempre… Pero esos grupos ya llevan sus treinta años ahí la mayoría, y se convierten en aliados, coincidimos en los mismos festivales y se enfrentan al reggaetón y otras músicas que están más de moda que ellos”.

Rock con poesía, vino, pintura…

Interesado en las filosofías orientales y la meditación (“me gusta mucho el autoconocimiento; me ha aportado mucha serenidad”) y gran forofo del Valencia CF (“¡No hablemos del Valencia, por favor! Aún queda mucha Liga, pero lo tenemos complicado; creo que no vamos a descender, pero hay que inyectar moral a los jugadores. Suelo acudir al estadio, pero últimamente se me quitan las ganas. El señor Lim, propietario, está destruyendo el club”), Casañ, consciente de que ya no se venden discos, ha encontrado una clave para mantenerse al frente de la resistencia del rock: maridar la música con otras disciplinas. “El disco convencional ha muerto”, proclama. “No tiene sentido como tal. El CD ya solo sirve como posavasos. O lanzas una canción que se haga viral o tratas de mezclar tu música con otras materias”.

Así, en 2017 publicó un cómic-disco titulado La encrucijada. En 2018 estrenó el musical Chiquilla, que a lo largo de 2023 tendrá nuevas fechas en varias ciudades españolas. En 2022, y como parte de los festejos por su 40º aniversario, lanzó un cava rosado también bautizado como su canción más emblemática. Se ha sacado de la manga el concepto “canciones dibujadas”, que responde a un innovador formato en directo que incorpora a un artista plástico que dibuja en mitad del escenario mientras ellos tocan. Planea ofrecer una serie de actuaciones en entornos especiales, como el que está programado para el 29 de abril en la Lonja de Valencia. Y, para 2024, editará un libro-disco con relatos e ilustraciones y colaboraciones con músicos americanos… Todo ello, mientras cierra una gira por Estados Unidos, México, Colombia, Argentina, Chile, Uruguay… ¡Que no se extinga su llama!

(Miguel Ángel Burgueño para Uppers).