Antes de ayer estuve ordenando mis cómics y me fui topando con auténticas joyas, qué maravilla era «Ghost world», de Daniel Clowes, por no hablar de «Por qué odio Saturno» de Kyle Baker, así hasta que me topo con mi vieja colección de números de «Cairo», ¡hostia!, comienzo a ojearlos e inmediatamente me invade la melancolía, qué viejos estamos, cómo ha cambiado todo.
«Cairo» fue una revista de cómics de los años 80 que hacía competencia a la más popular «El Víbora», que duraría muchos años más. Al contrario que esta, «Cairo» prácticamente prescindía de sexo y violencia y optaba por la llamada «línea clara», un homenaje a la escuela franco-belga cuyo gurú era el maestro Hergé (¡el creador de Tíntín, hombre!) en la que lo primordial era la historia que se contaba, o sea, los guiones. Estábamos en una época en la que que creíamos que el cómic era un arte tan valioso como podía ser la literatura, la música o el cine como vehículo transmisor de emociones y esta revista ofrecía un estilo limpio que a mí se me antojaba entonces elegantísimo. ¿Más infantil? Depende. Sin tener nada en contra de «El Víbora» ni mucho menos, digamos que para mí «Cairo» era como la diletancia, como los Kinks contra el eterno binomio Beatles-Stones, un toque de distinción.
Con esta revista descubrí a Edgar Pierre Jacobs, el creador de «S.O.S. Meteoros» y «La marca amarilla», y nos enterábamos de que había sido la mano derecha de Hergé en algunos de los mejores álbumes de Tintín. Conocíamos a un titán como Jacques Tardi y su fascinación por la primera guerra mundial. En sus páginas debutó, o creo, un maestro como Daniel Torres, al mismo tiempo que se reivindicaba lo mejor de los tebeos de la época franquista con autores entonces semiolvidados como Josep Coll o Escobar (¿os acordáis del increíble «Carpanta», aquel desgraciado que se tiraba cada historieta intentando pillar algo de comer en vano, y que representaba como nadie la hambruna que se vivía en la España del momento?). «Cairo» instruía deleitando, y durante su época inicial, con Joan Navarro de director, se convirtió en objeto de mis visitas mensuales al kiosko.
Éramos muchos entonces los que pensábamos que el cuatripartito de música-cine-cómic-literatura podría cambiar el mundo con la cultura por bandera. Es posiblemente el mejor legado que ha dejado los años 80, aquel convencimiento de que todo es uno y no basta con saber mucho de música, todo está interconectado. Por eso «Cairo» se nutría también de destacados articulistas que presentaban las novedades más interesantes de las otras artes: reportajes sobre tecno-pop, cineastas como Wim Wenders, reflexiones sobre novela negra o literatura de aventuras, etc. Firmas como Jordi Costa, Ramón de España, Ignacio Vidal-Folch o Ignacio Juliá que contribuyeron a ser quien soy como consumidor cultural y por eso antes de ayer solté una lagrimita al hojear esas páginas.
Un brindis a la salud de todo el periodismo cultural en estos malísimos tiempos para la lírica, seguimos en la trinchera. (Ayer despidieron a la redacción malagueña de El Mundo y a un tipo tan valioso como Cristóbal G. Montilla)