Danza ‘visible’

El grupo de Torremolinos precedió por mérito propio, que no ‘teloneó’, a Hombres G

Foto 1: Un momento de la actuación de Danza Invisible. 

CONCIERTO EN LA PLAZA DE TOROS DE LOS CALIFAS
Grupo: Danza Invisible (precedieron a Hombres G)
Batería: Miguelo Batún
Bajo: Chris Navas
Guitarra y teclados: Manolo Rubio
Guitarra: David Quintero (sustituyendo a Antonio Luis Gil)
Guitarra y coros: Nando Hidalgo
Percusión: Paco Vílchez
Voz: Javier Ojeda

Y es que no podría expresarlo mejor o de otra forma y darle título a lo que aconteció en el escenario del Coso de Los Califas de Córdoba anoche, que presentaba un lleno absoluto, salvo unos casi imperceptibles vacíos en las gradas laterales, durante la actuación de Danza Invisible, en este caso muy visible, que precedían, por mérito propio no teloneaban, a Hombres G, el plato fuerte de la noche. Y es que, en esto, los números y estadísticas son los que mandan.

Muchos iban atraídos por el imán de los de Torremolinos, otros tantos exclusivamente por los de Madrid, y si a eso añadimos a los que iban por ambos, el resultado se traduce en un éxito en taquilla y en emociones que dan a un show un resplandor cada vez más difícil de presenciar en un espectáculo musical contemporáneo de estas características.

A las 21.00 horas, con una plausible puntualidad y una organización impecable por parte de Riff producciones, Javier Ojeda y su Club del Alcohol,  tomó el escenario como un huracán, como nos viene acostumbrando desde que yo lo viera hacer por primera vez allá por los tempranos 80 ganando el concurso del mítico y pionero festival de Alcazaba en Jerez, apoyando a mis amigos de Jaleo, que quedaron segundos esa ocasión y que ganarían la siguiente, algo que considero una peculiar anécdota para la memoria.

Comenzando con Al Amanecer y como era previsible, tocaron todos sus éxitos, todos destacables y mejorados con el tiempo, cosa ya de por sí complicada, y entre los que personalmente destaco Yolanda del cubano Pablo Milanés, que interpretaron con exquisitez. La voz de Ojeda es una herramienta en perfecto estado, yo diría perfeccionada, en la que la palabra desafinar no existe y el brillo, color y tono están masterizados.

MEMORIA GEOGRÁFICA POR CÓRDOBA

Con un «querida y viva Córdoba» y «Málaga y Córdoba provincias hermanas, todo el mundo lo sabe» hacía además un continuo ejercicio de memoria geográfica sobre los pueblos de la provincia de Córdoba, «tierra de mis ancestros, mi abuelita era de Moriles y mi abuelito era de Lucena» y mencionaba a Rute, Pozoblanco, Peñarroya, Lucena ( en dos ocasiones) y así muchos más, y usaba la clave de humor para decir «visito fiel e igualmente una gran ciudad cordobesa en Málaga que se llama Fuengirola y no va con segundas, comienza a ser una realidad… ¡y muy bien que hacéis! (gesticulando con una especie de ¡ellos se lo han buscado!)» y volvió a referirse a ello en un par de ocasiones más como la «Córdoba de la costa».

No dejaba Javier de insistir en que se lo estaban pasando especialmente bien, de maravilla, cosa que como él decía era obvia y que lo decía porque era verdad y no nos cabía duda a nadie.

Porque lo de Javier Ojeda no es de este mundo. Fue una hora sin parar de cantar, saltar y bailar, con los brazos en alto, como Rocky en la famosa escena de la película, como la niña que había a mi lado, pero con 40 años de diferencia y sin que se notara falta en el aliento.

Se lanzaba al suelo del escenario, a lo break dance, se partía la camisa, se dejaba el alma y eso caló muy dentro de los que allí disfrutábamos con una sonrisa ya permanentemente dibujada en nuestros rostros.

El vocalista de Danza Invisible, Javier Ojeda, en un momento de la actuación. Foto: A.J. GONZÁLEZ

En un escenario sin grandes pantallas ni excesos técnicos sonaron y se vieron de lujo, gracias por un lado a la profesionalidad y destreza de sus técnicos y en particular la de su agradable y simpático sound man Dani Pineda y por supuesto a los años de experiencia acumulada de este gran grupo de músicos, que pusieron tan alto el listón que llegué a pensar que difícilmente podría ser rebasado por los que esperaban su turno para salir a escena.

No faltaron Sabor de amor cantado al unísono por una plaza entregada a la casi extraterrestre energía vital de Ojeda y los suyos y un El Club del alcohol que puso fin al espectáculo con frenesí y locura total del público, con unos músicos que entre bambalinas y antes de salir a despedirse, los podía ver eufóricos dándose abrazos y gritando de pura felicidad.

Pocas veces he visto festejar de esa forma el final de un show.

¡Gracias Danza visible!

(Jose Atance para Diario de Córdoba).