Entre mis muchas chaladuras está la de llevar un orden en mis lecturas de libros y cómics. Suelo comprar unos diez de cada al año, más o menos, pero como a veces mi velocidad para consumir no es la de antaño digamos que acumulo en «retraso» que me hace llegar tarde a las novedades, o en el caso al que vamos, leerme un cómic de 2013 ahora. Es lo que me ha pasado con «Silvio José destronado» de Paco Alcázar, un buen ejemplo de tebeo underground que equilibra sus evidentes influencias yankis (las de Charles Burns y Daniel Clowes serían las más obvias) con una eficaz disección del estado de las cosas en España. Me he pasado un rato la mar de entretenido con ese lamentable personaje con el que es imposible empatizar; reside desde los 45 en el domicilio paterno, es adicto a la comida basura, los videojuegos, maltratador, irascible… Lo tiene todo el muchacho, cual personaje detestable de Tele 5. Ahí reside gran parte del acierto de la obra, en el retrato de la caspa nacional que a diario invade nuestros medios sin que nos demos cuenta de que el horror catódico ya es parte intrínseca de nuestra realidad.
Me ha dado por pensar que es curioso que no conozca personalmente a ningún autor nacional de cómic, teniendo en cuenta la barbaridad de gente con la que me relaciono y lo defensor que siempre he sido de este medio de expresión como forma artística, herencia de aquellos años 80 en los que todos los músicos considerábamos importantísimo saber de un poco de las demás artes. Hoy por hoy el cómic es, sí, una forma cultural poco valorada y en muchos casos vinculada al rockerío indie, dejando aparte el mundo del manga con el que nunca he conectado salvo algunos casos puntuales (parte de mi aversión puede tener que ver con la dificultad que para mí entraña leer un tebeo de atrás a adelante) y que prácticamente copa la producción junto al aburrido mundo de los superhéroes.
Y me pregunto por qué. Por qué en este país todo es blanco o negro, rojo o facha, indie o mainstream. Con respecto a Paco Alcázar, es un personaje que me encantaría conocer, y aún más después de leer esta entrevista del año pasado en la que demuestra un talante mucho más reflexivo que lo que sus obras y colaboraciones en medios como «Mongolia» parecen indicar. Sí, es compatible el humor bestia e irreverente con una visión personal de asuntos candentes como el separatismo catalán u opiniones afiladas sobre personajes como Cebrián o Évole, opiniones con las que por cierto me muestro al 100% de acuerdo. Alcázar es también músico y probablemente mi obra no le interese gran cosa -al menos el material más conocido- ¿pero desde cuando eso ha de importar cuando se trata de alabar algo que te ha gustado?
A veces me da por pensar que la gente del arte hemos caído en la trampa de las dos Españas. Festivales solo para indies, otros para ochenteros, para heavies, «para jóvenes y mayores en la plaza del pueblo», revistas para público izquierdista (como «El Jueves», donde precisamente se dio a conocer nuestro protagonista), ese rechazo de la prensa cultureta hacia lo que ya no es chic, la indiferencia del otro bando a lo que «no suena en la radio». Y por supuesto, actores o literatos con escasa cultura musical, o, lo que desgraciadamente es mucho más frecuente, músicos que pasan absolutamente de todo lo que no sean los pentagramas.