Esta máquina mata fascistas

El último libro que he comprado es «Una casa de tierra», la única novela que escribió Woody Guthrie y que permaneció inédita durante muchísimos años, no sé exactamente por qué motivos. Apenas voy por la mitad, pero ya me dejo embrujar por ese humanismo que me conquistó en las letras del padre del folk americano. Sí, amigos, Woody Guthrie es mucho. El primer disco suyo que tuve me lo regaló mi hermano Jose allá por 1992, entonces controlaba una tienda de vinilos de segunda mano chulísima en Sevilla, donde estudiaba arquitectura. Se llama «Bound for glory», era un disco-cuento en el que se mezclan pasajes de la autobiografía de Guthrie con algunas de sus canciones más emblemáticas. Al principio, no voy a negarlo, me costó un poco por aquello de la falta de costumbre de escuchar piezas muy añejas, algo que afortunadamente ha desaparecido en mis oídos hace mucho.

¿Cómo es musicalmente Woody Guthrie? Rudo, deslavazado, primitivo, pero con ese fervor de los que creen en lo que hacen. Su «This land is your land» es algo así como el himno extraoficial de la izquierda norteamericana y ha sido tocado en directo o en estudio por cualquier cantautor americano que se precie empezando por el Boss Springsteen. Guthrie era un hombre admirable que hizo de su vida una causa por los desfavorecidos del mundo entero. Emprendió viaje por la América rural en los tiempos de la Gran Depresión (años 30) y compartió todo tipo de aventuras con los vagabundos y homeless que iba encontrando aquí y allí, montándose furtivamente en vagones de tren en compañía de músicos negros, durmiendo a la intemperie en veladas amenizadas por su guitarra que «mataba fascistas», según rezaba en su cubierta. Aunque esa faceta fuertemente politizada no fue ni mucho menos la única, también destacaron sus canciones para niños y por supuesto las de amor.

Los últimos años de su vida fueron muy tristes. Se le diagnosticó la Enfermedad de Huntington, una gravísima enfermedad degenerativa que lo tuvo en un hospital sus cinco últimos años. Según cuentan, y esto es radicalmente cierto, recibió una visita en el hospital de un joven cantautor que estaba llamado a seguir su legado. Se llamaba Robert Zimmerman y en su primer disco, firmado bajo el ya nombre artístico de Bob Dylan, se incluía una definitoria canción llamada «Song to Woody».

El resto es historia y ahí está internet, YouTube y lo que deseen para profundizar en el legado de Woody Guthrie. Yo escribo estas líneas porque la emoción más profunda que he tenido en los últimos años ha sido al leer los textos inéditos que escribió en el hospital, cientos de letras acojonantes sobre la injusticia, otras picantes o sexuales, otras humorísticas, algunas de ellas musicadas por Billy Bragg & Wilco en sus dos extraordinarios volúmenes (sobre todo el primero) llamados «Mermaid Avenue». Escuchen «California stars», el sueño del desposeído de dormir en una cama de las mansiones de las estrellas de Hollywood, o sobre todo esa conmovedora pieza llamada «One by one», la cual soy incapaz de leer mientras la escucho sin que se me salga un lagrimón.

Ahora estoy digamos en el «octubre de mis años» y es normal que tenga accesos a la melancolía. Y este ha sido un octubre de mierda para todos los que pensamos que un mundo mejor se construye con el afecto, la comprensión y el cariño. Fíjense: al igual que Dylan, Woody Guthrie se hizo conocido por sus canciones-protesta, pero su mayor grandeza está en las piezas desgarradas de amor. Y es que desgraciadamente hay izquierdistas de pacotilla que solo ven la superficie en el letrero de «esta máquina mata fascistas». Gracias por todo, Sr. Guthrie.