La artista prepara un segundo trabajo de pop lleno de experimentos y ritmos urbanos después de publicar su primer disco, actuar en media Andalucía y superar una pandemia.
Quién le iba a decir a Julia Martín (Málaga, 1987), aquella niña que bailaba frente al espejo coreografías de Michael Jackson, que sería hoy una de las grandes promesas de la música en Málaga. La artista ha demostrado tener una proyeccion enorme al publicar un primer disco brillante llamado Superreal. La avalan también sus colaboraciones con Elphomega, Gordo Master y Javier Ojeda.
La compositora prepara ahora un segundo trabajo atravesado por experimentos con la voz y los instrumentos. Ese primer álbum estaba lleno de ritmos urbanos, funk, pop electrónico y hiphop. «Eran canciones con ocho años de antigüedad. No me planteé como iba a recibirse. Intento seguir haciendo eso y crear música honesta«, cuenta en una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga sentada en una terraza del centro.
La cantante escucha una cantidad ingente de música desde su niñez, tanta que necesita sacar una lista de Spotify para recitar una lista y no perderse. Entre sus influencias están Nathy Peluso, C. Tangana, Dua Lipa, Rigoberta Bandini y Madonna. «Me gusta mucho la música pop, el soul y el rhythm and blues. El otro día vi la película de Elton John y no he parado de cantar sus temas», relata.
Sin cobrar en un país en crisis
Al acabar su carrera, la licenciada en Interpretación Musical por la Escuela de Arte Dramático de Málaga se embarcó en un proyecto que no salió bien. «No tenía ni idea. Me puse a trabajar en el aeropuerto como vendedora de paquetes turísticos. Cerró el negocio y mi jefe no me pagó. Estaba harta y el país en plena crisis«, recuerda. Sacó 300 euros, se armó de valor y tomó un vuelo hasta Inglaterra.
Julia se estableció en Londres donde viviría dos años. Allí trabajó en un estudio de grabación y conoció al artista Des Marks, quien se convirtió en su mano derecha en el mundillo y le puso en contacto con la música jamaicana. En la capital británica comenzó también su trayectoria como compositora.
De vuelta a Málaga, se topó con la precaria realidad de la industria musical en este país y con una banda llamada los Negroides. «Los vi tocar y cuando terminaron les pregunté si podía cantar con ellos. Me dijeron: «Vente mañana», cuenta. Con ellos vivió una época que no va a olvidar nunca y que le enseño mucho porque la calle curte y ella tenía muy poca experiencia de cara al público.
La calle
«Se creó tal buen rollo, que muchos en Facebook nos preguntaban y venían a vernos. La calle me encanta porque es muy honesta y muy pura. Si al público le gustas, se queda porque quiere. Conoces a personas de todo tipo y recibes una respuesta muy distinta. Pásamos el sombrero y me moría de verguenza. Aprendí a salir de muchas situaciones. Me marcó», reconoce algo emocionada.
La compositora despliega una visión crítica de la realidad en sus letras. De hecho, tiene mucho que ver con su personalidad. «Agradar no es lo mío», canta. «No voy a agradar a tus padres. El otro día me puse una peluca rosa y me soltó uno que todavía no era Halloween. Al día siguiente en la Feria del Libro de Torremolinos, un niño le dijo a su madre que era una bruja», cuenta a modo de ejemplo esta artista que cree que «siempre» va a hacer «algo que le llene».
Su actitud nada complaciente se traslada a las canciones e intenta salir siempre de su zona de confort. Ha experimentado con los instrumentos y su voz loopeando sonidos, sampleando sonidos y haciendo beatbox. Incluso ha utilizado el autotune. «Sigo jugando con la voz. Todavía me faltan algunas canciones por grabar. Se que puede pasar cualquier cosa. Hay unas cositas de experimentación», afirma.
La artista con un vozarrón también está abierta a otras disciplinas artísticas como la poesía. Tiene un proyecto, llamado Skam (basura traducido al inglés), junto al escritor Ángelo Nestoré. De hecho, le produjo junto a Javier Flores su primera canción, titulada Poeta Cíborg Pecador. «Me encanta mezclar su poesía con mi música y viceversa», destaca. Ambos reivindican ser diferentes y no seguir la hetero norma en cada actuación.
La artista pasó la primera parte de la pandemia entretenida montando el videoclip de No reason donde aparecen amigos animando al personal. Estuvo un mes y medio montando las imágenes. «Venía de estar a tope, con un volumen de trabajo bestial, y todo se paró de repente. Lo llevé más o menos bien», reconoce la también diseñadora de ropa, acostumbrada a estar muchas horas en casa delante del ordenador.
Un día del confinamiento domiciliario salió al tejado desde una ventana de su casa y compuso una canción. Vive en ático en el centro donde no tenía ventanas que dan a la calle y en casa se sentía «enclaustrada». De ahí salió Low, el primer single de su próximo trabajo donde habla de la ansiedad. «Soy una persona muy positiva, pero tengo mis bajones en los que saco mi parte oscura que, automaticamente, se transforma en luz», destaca.
«Ese cambio de intensidad durante la crisis me produjo ansiedad. Fue una situación tan caótica. Las personas autónomas lo tenemos muy difícil. Salí de la pandemia y empezó otra vez a sonarme el móvil», se sincera. También se acuerda de un día frente al río Guadalmedina donde pensó en lo mal que se siente cuando uno padece esto. «Quiero que la ansiedad deje ser tabú y que la gente no se siente sola. La música es una forma de sanar«, señala.
El año pasado fue «muy duro» para ella. «Los artistas no tuvimos trabajo de inmediato. De hecho, había aforos para unas cosas y para otros no. Bajó muchísimo el número de conciertos programados. Los aforos impuestos en los teatros, las salas de concierto y los hoteles impedían muchas veces que se pudiera organizar conciertos. Los artistas, como ocurre en otros gremios, hemos vivido en la inestabilidad«, se sincera.
La Repompa
La artista prometedora empezó a cantar emulando los famosos Tangos de La Repompa. «Sole, una cantaora amiga de mis padres, me empezó a dar clases de flamenco. Mi abuelo Pedro Aguilar Casero era cantaor aunque no se dedicaba profesionalmente a eso. Tengo cintas de él que me encantaría recuperara», hace memoria.
Además, la cantante ha crecido en un entorno donde se mueve la cultura. Su padre es Paco Aguilar, artista y dueño del taller de arte Gravura. «En el taller hay mucha multiculturalidad porque vienen artistas de medio mundo, amigos de mi padre. Él y mi prima fueron los que me hicieron amar la música. Ella me puso un día el casette de History de Michael Jackson. Lo escuché cantar y dije: «Eso qué es». Hubo ahí un punto de inflexión. Todos los medios días me ponía sus cintas. Cogía el bolígrafo y me ponía a bailar», rememora.
En casa ha tenido «mucha suerte» porque siempre la han apoyado en todas us etapas. «A mi padre le ha fascinado siempre la música. Cuando pintaba se ponía Sade, Dire Straits, los Beatles, Michael Jackson y Stevie Wonder. Yo me ponía a revolotear alrededor. Mi madre (Mariana Martín) me peinaba en el baño mientras cantábamos temas de Alejandro Sanz y Laura Pausini», relata.
Por Reyes, esta hija pródiga de la ciudad se pedía discos, entre ellos de Pet Shop Boys, Cher, Aqua, Spice Girls o Cristina Aguilera. Una vez, fue a casa de su primo y le habían comprado un teclado. «Mi padre me dijo: «Si quieres aprender a tocar el piano, recuérdamelo esta noche y ponme un post-it. Tendría 10 años. Cuando llegó a casa esa noche había llenado de post-it la casa», cuenta esa chiquilla que montaba performance frente al espejo, al que le debe «mucho». Su futuro promete. No la pierdan de vista.
(Isabel Vargas para EL ESPAÑOL de Málaga)