Uno no sabe bien por qué, pero Brasil es un país simpático. A la mente vienen siempre imágenes de bellas mulatas, sonrisas radiantes, tremendos maromos haciendo capoeira y niños jugando al fútbol en la calle con extraordinaria habilidad. Luego resulta que la realidad es muy distinta, pero aún así imagino que Brasil debe andar muy alto en el ranking mundial de los países que mejor caen. Es por eso a lo mejor por lo que nunca he sentido fobia especial a ninguna de sus músicas populares, incluyendo la presuntamente más pachanguera de ellas: el samba.
Claro está, cuando era jovencito y pro-anglosajón pasaba un kilo de escuchar música brasileña, simplemente estaba ahí pero no era mi rollo. No recuerdo bien cual fue el primer disco que cayó por casa, puede que fuera un recopilatorio de Antonio Carlos Jobim o un LP instrumental de guitarra de Baden Powell. O puede que fuese la banda sonora de «Orfeo negro» que tanto gustaba a mi padre, o esta compilación genérica que se llama «Super Personalidade», da igual, el caso es que poco a poco las cadencias brasileñas iban inundando mi discoteca. El primer flash fuerte fue «Estrangeiro» de Caetano Veloso, uno de esos discos cegadores que traspasan fronteras, para luego llegar a la mitad de la década de los 90 hecho todo un explorador de ritmos dispuesto a conocer qué se cocía por esos lares. Descubrí que había soul brasilero (Ed Motta, Banda Black Rio), afro-funk (Jorge Benjor), cantautores cercanos al jazz (Milton Nascimento, Ivan Lins) o a la canción melódica (María Bethania, Chico Buarque), por no hablar de solistas que beben de diversas fuentes (Gal Costa, Elis Regina, Djavan) y los que han dignificado la música de carnaval (Olodum, Carlinhos Brown, Alcione). Hablando de esto último: ¿no es el samba (así le dicen allí, con el artículo en masculino) la forma más elegante de música festiva? Uno no tiene nada en contra de la música popular de carnaval y semejantes, pero está claro que hay más posibilidades de encontrar horrores varios en el merengue o la soca, y que conste que lo dice uno que no le hace ascos a ambos estilos per se.
Así podría seguir hasta aburrir, pero para esta entrada de fin de año deseo destacar dos de mis discos favoritos del país de Neymar: uno es «Tudo azul» de la Velha Guarda da Portela, un trabajo tan bueno que dan ganas de llorar de emoción. Se trataba de una operación de rescate de viejos sambistas de una de las escuelas con más solera, un poco al estilo de «Buena Vista Social Club», aquí pueden babear hasta aquellos que no transigen con el samba. Un aire nostálgico invade estas piezas emblemáticas de la escola da Portela compuestas entre 1945 y 1972 y registradas con una sensibilidad exquisita, de hecho me pongo a divagar con la idea de que este disco hubiese podido tener una repercusión equivalente al antes mencionado de no ser porque el portugués es idioma más minoritario y, sobre todo, porque no iba amparado por el paraguas de una discográfica internacional y un afamado productor norteamericano, como sucedía con World Circuit y Ry Cooder en el caso del lanzamiento del «Buena Vista» (bueno, y por la solidaridad que toda persona cuerda tiene con respecto a la injusta situación que viven los cubanos).
Pero hablando de productores, el de «Tudo azul» es también artista de renombre, se trata de Marisa Monte y así doy paso a mi otro disco favorito, se trata de «Rose & charcoal», cuya presentación en directo pude ver en el Teatro Cervantes de Málaga. Marisa Monte me había dejado ya impresionado con el anterior «Mais», pero éste puede ser aún mejor. De hecho, he puesto tantas veces ambos discos que casi me dio coraje cuando triunfó en España el proyecto de «Tribalistas» en el que Marisa estaba implicada junto a Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown, sus aportaciones a este por otro lado fantástico disco no están a la mega-altura de los que os menciono. Me temo que últimamente le he perdido un poco la pista -ambos discos son de los 90-, pero imagino que debe andar publicando nuevos trabajos que la muestran envejeciendo con clase, ya alejada del momento en que los focos internacionales se fijaban en ella, de hecho me planteo como obligación (deleitosa) escuchar algo de lo nuevo que ha hecho.
¿Quién fue el que acuño esa desafortunada expresión de «¡menos samba!»? Siempre, siempre, y más en estos tiempos convulsos, querremos ¡más samba! Bienvenidos a este 2015 que se prevé movidito.