Los extra-vagantes

No sé si alguno de ustedes, amables lectores, habrá llegado a la conclusión de que estoy mal de la chota después de haber leído alguno de mis artículos. Pues la respuesta es NO, soy una persona perfectamente cuerda aunque a veces no lo parezca. Lo que ocurre es que soy extra-vagante, término que me brindo a explicarles sin más dilación.

Verán ustedes, soy el tercero de cuatro hermanos que destacan por su chifladura. El pequeño, arquitecto, se paseaba el viernes pasado por el centro de Málaga vestido de hot-dog, como parte de la performance “El hot-dog ciempiés meets los Camperos”, obra de intervención artística expuesta en el Palacio de la Aduana. A mi hermana, azafata, ahora le ha dado por liderar un sindicato ultra-radical que se dedica a la loable (como podrá atestiguar cualquiera que haya sufrido la pérdida de su maleta) tarea de poner firmes a los jerifaltes de Iberia, arremetiendo de paso contra Zaplana y Acebes por si acaso. El mayor, dermatólogo y en apariencia el más centrado de la familia, acostumbra a cogerme el teléfono imitando el graznido de un pajarraco. Y mi padre, en fin, tiene medio amargada a mi madre (una no extra-vagante) con sus continuas –y eso sí, simpáticas- salidas de tono. Síntomas todos de ser de una especie aparte, ni más buena ni más mala, solo distinta.

El extra-vagante es un ser que destaca por ser absolutamente nulo y perezoso, de ahí su nombre, para cualquier empleo que no sea el suyo. Todavía recuerdo mis bostezos cuando ayudaba a vender zapatos, o mis descontroles poniendo copas. Pero eso sí, somos capaces de desarrollar una especialización brutal en algo que nos interese, por absurdo o improductivo que esto sea. Y en música la extra-vagancia funciona, sin duda, como un valor añadido. ¿Se imaginan ustedes a Camarón de asesor financiero? ¿Y a Bob Marley vendiendo coches? Son, o fueron, personas que sólo podían ser lo que fueron: músicos extra-ordinarios de comportamiento extra-vagante. Y ahora paso a enumerarles algunas de nuestras ventajas, que también las tenemos:

1. Nos ahorramos una pasta en psicólogos. ¿Cómo puede necesitar asistencia psiquiátrica alguien que ya está zumbado?

2. Solemos ser el alma de las fiestas. De hecho, dedicamos mogollón de horas a la preparación de ellas. ¡Yo trabajo estando de fiesta!

3. Nuestro aspecto, siempre que no seas un extra-vagante demasiado drogota, es siempre hiper-juvenil, en consonancia con nuestra edad mental. Yo sitúo la mía en unos 14 años, aproximadamente.

4. Para mí, la más importante: la capacidad de ensoñación. Definitivamente, el extra-vagante es un tío cursi, un romántico. Y no hay duda de que yo lo soy, aunque pueda estar majara.

 

Artículo publicado en ADN Málaga el 4-10-07