¿Los mejores años de nuestra vida?

Aprovechando la referencia que ha hecho mi buen amigo Ramón Ruiz (un abrazo, tio), paso a publicar la introducción que hice para el libro «Málaga y la Nueva Ola» de José Luís Cabrera y Lutz Petry, un recomendabilísimo recorrido por la new wave malagueña:

 

¿LOS MEJORES AÑOS DE NUESTRA VIDA?

 

Había llamado a Lutz Petry para pedirle permiso para utilizar algunas citas extraídas de su página web “Torremolinos chic”. Estaba metido de lleno en la investigación sobre los años sesenta, como parte de un libro que seguramente aparecerá dos o tres meses después de éste que andas sujetando. Curioso: nos conocemos prácticamente de toda la vida y era la primera vez que hablábamos por teléfono, si no me equivoco. Bueno, tampoco es que hayamos sido nunca amigos exactamente. Más bien hemos mantenido una distancia cortés no exenta de critiqueos despiadados, me imagino que por ambos lados. Pero, vamos a ver, ¿de qué crees que iba la nueva ola malagueña? ¿De una pandilla de intelectuales bien avenidos trabajando juntos por y para la cultura? Me parece que no tienes ni idea, amable lector-a.

 

El malagueño siempre ha sido tremendamente individualista, lo que se manifiesta en la ausencia casi total de sentimiento de “piña”. Sí, vale, estamos muy contentos de ser de aquí y tal, pero lo que mola somos nosotros y nuestros amigos. Y a los demás que les zurzan. Yo no he visto ningún sitio donde a la gente le guste más criticar. Ya pueda ser la pinta, el deje al hablar, tus gustos musicales o la manera de bailar. Al pobre de Lutz, en concreto, le teníamos crucificado yo y mis amigos por algo tan grave como no poner exactamente los discos que le pedíamos. A eso se unía su osadía al realizar un fanzine (“Imágenes alteradas») con su inseparable Javier Pantoja, cosa que previamente habíamos hecho antes mis hermanos y yo. “Re-hazlo / Re-modélalo” se llamaba el nuestro, como una canción de Roxy Music. ¡Qué copiones!

 

Pues les contaba que el critiqueo era un factor de enorme importancia en la nueva ola malagueña, rasgo común a nuestros compañeros de generación madrileños –ugh, intento evitar el utilizar la palabra “Movida” (¡mierda, la dije!)-. Seguro que aquí van a encontrar sabrosas anécdotas sobre todos nosotros, aunque José Luís Cabrera ya me ha advertido que va a predominar el tono amable. Mejor. La crónica rosa puede resultar divertida cuando eres joven, pero si te sigue interesando cuando has pasado los cuarenta comienza a ser preocupante. Y corres el peligro de chismorrear sobre algo que sólo te interesa a ti y a unos cuantos más, lo que sería una auténtica pena, porque esta pandilla de víboras insaciables hemos hecho cosas de auténtico interés general.

 

Mantengo firmemente la teoría de que la escena de nuestros años ochenta, sobre todo la del principio, brotó de una manera totalmente independiente de la de Madrid. No tengo muchas dotes de sociólogo ni nada semejante, mas imagino que algo ha de haber de cierto en eso que se dice sobre “la generación espontánea”. Nuestros referentes musicales, por ejemplo, eran mucho más bailongos (¿influencia de las discotecas de la costa?), y en mi caso concreto el pistoletazo de salida fue el “77’” de Talking Heads. Fue mi primer disco de new wave y sonaba insistentemente en el Tiffany’s, la discoteca de Torremolinos a donde íbamos mi hermana y yo cuando nos escapábamos de noche sin que mis padres se diesen cuenta. Lo ponía una y otra vez, lo traduje entero, esbozaba poses “histéricas”, me hacía sentir especial. Tanto que a partir de ahí sentí que se había inaugurado una nueva era y me deshice de un montón de mis antiguos LP’s para canjearlos por otros de Joe Jackson, Elvis Costello, Ultravox!, Simple Minds, etc. Me quedé con los de Bowie, Roxy, Lou Reed, los Doors e Iggy Pop. Nada de Dylan, rock californiano ni nada de esto, que volvería a recuperar con el paso de los años.

 

Creo que esto explica bastante bien las coordenadas musicales en las que nos movíamos. Glam-rock, ambiciones culturales, europeísmo estético con su poquito de Nueva York, que siempre viste mucho. De Madrid Radio Futura, La Mode y un poco de Nacha Pop, lo demás como muy cateto, ¿no? De cine Wim Wenders, nada de Almodóvar, que se veía como algo divertido pero un poco cutre. Cómics los de línea clara, hablo de Hergé y herederos tipo Edgar P. Jacobs o el gran Jacques Tardi. En literatura Scott Fitzgerald, con su romanticismo desaforado. Es fácil de entender. De las bondades de nuestro clima emerge un rollito bon vivant que se identifica de inmediato con los referentes anteriores. Y si a esto unimos nuestro tradicional apego por los colocones y las fiestas, ya ni te cuento.

 

Rebobinemos, ¿adónde habíamos dejado al amigo Lutz Petry? Pues resulta que me volvió a llamar para hablarme de su proyecto conjunto con José Luís Cabrera sobre la nueva ola local, intentando que no nos pisásemos los contenidos. Fue así como hemos mantenido dos o tres reuniones de lo más agradable en las que pienso que, aparte de servirnos de mutua ayuda, hemos empezado a conocernos por primera vez. Claro, yo en los ochenta estaba demasiado preocupado intentando ser famoso para preocuparme por José Luís, ese hombre silencioso que estaba en todos lados observando mientras los demás nos dedicábamos al noble arte del bebercio. Es increíble cómo recuerda todo aquello el puñetero, van a alucinar cuando pasen estas páginas.

 

Impaciente estoy ya por hincarle el diente. No porque sea un nostálgico ni nada de eso, sino por tener la certeza de que he sido protagonista de un momento irrepetible. Un momento en que las cosas eran porque sí, ya que lo políticamente correcto no existía. Provocar era importante, epatar aún más. Sin embargo, no se sabe cómo, todos teníamos muy claro –otra vez me centraré en el aspecto musical, que al fin y al cabo es lo mío- que teníamos que hacerlo con nuestras propias armas, es decir, en castellano y con composiciones originales. Uno de los méritos que nos podemos atribuir sin pestañear. Otro es el del haber hecho de la cultura (aún con su componente de pedantería) algo chic y divertido. Entonces era normal ver a músicos en exposiciones de fotos y pintura y viceversa. Y llamarse Danza Invisible, Factoría Ribbentrop, Generación Mishima o algún nombre igual de pretencioso. ¿Risibles? Pues a lo mejor sí. Pero también ambiciosos y valientes, a vé que va passá.

 

Encontrarse con estas páginas es una buena manera de saldar las cuentas con nuestro ayer. De ver lo bueno que aportamos y reírnos de los disparates cometidos (vaya fotitos, colega). Dicen que para mejorar el futuro hace falta conocer el pasado, u otro refrán semejante. Y por eso es tan interesante y valioso el esfuerzo de los compañeros José Luís y Lutz. Porque no se vayan a creer, lo de envejecer no tiene mucha gracia. Yo entonces, con mis 18 añitos, era joven y tonto y ahora puedo afirmar sin ningún rubor que estoy mucho más viejo y prácticamente igual de tonto. Como muchos de los que van a desfilar a continuación, entrañables majaras que en muchos casos detentan hoy día importantes cargos de todo tipo. Como dice mi amiga Paula: “¿Qué tenéis los de los ochenta que no hay quien os tumbe?”