Foto: Los pipas tiñen de rojo el Teatro Romano. / SALVADOR SALAS
Javier Ojeda acaba de coger una caja llena de ‘tetrabriks’ con agua que la organización ha preparado para los manifestantes. El paquete pesa lo suyo, casi le tapa la cara, pero apenas impide que Ojeda acelere el paso en el cruce entre la plaza de la Marina y el Paseo del Parque. Tampoco le quita el resuello a un cantante cuya voz forma parte de la historia musical y sentimental de dos o tres generaciones. Habla Ojeda bajo la mascarilla roja y defiende que hoy es un día importante, porque por una vez los profesionales del negocio se han unido. Y no ha sido a iniciativa de los músicos, lo dice uno de ellos, ha sido cosa de «los pipas», los técnicos que montan las instalaciones de luz y sonido que hacen posible las actuaciones de quienes se ponen delante de los micrófonos. Ojeda no tiene ni idea de dónde viene eso de «pipas» y tampoco se detiene más en asunto, que bastante tiene con repartir los envases con agua para aligerar la carga que lleva.
Ojeda es uno de los muy pocos rostros conocidos que forma parte de la manifestación de los trabajadores de las artes en vivo que desde Málaga se suma al movimiento ‘Alerta Roja’ para reclamar al Gobierno menos agravios con otras industrias del país. Lo ha escrito en estas mismas páginas Laura Insausti, vocalista de Dry Martina: parece que hay muchos menos problemas para ir a comer y a beber a un bar (que muy bien está) que para ir a un cine o un teatro. Y con la letra de esa música se escriben decretos como el que limitaba el aforo de las plazas de toros a la mitad de su capacidad si se organizaba una corrida (de toros), pero dejaba la audiencia para espectáculos al aire libre en un máximo de 1.500 personas. Por poner un ejemplo cercano, en La Malagueta se podían reunir más de 5.000 personas para asistir en directo a una corrida (de toros), pero nunca más de 1.500 para ir a un concierto. Y en aquella misma norma, en aquel mes de junio que ahora parece la Prehistoria, nos dijeron que salíamos del estado de alarma (qué tiempos) con las terrazas de los bares al 100%, mesas de hasta 25 personas y el interior de los mismos al 75%; pero cines, teatros y auditorios dejados al 65% de su capacidad y su suerte.
Ahora han sido los trabajadores de base de la cultura los que han empezado a organizarse para reclamar un trato igualitario para un sector que trae de serie la precariedad laboral y económica. Una industria que necesita con urgencia reconocimiento real, institucional y administrativo, la toma de conciencia efectiva de su capacidad como generadora de empleo y riqueza si se ve acompaña de las actuaciones de alivio y estímulo que se dan por consabidas en otros sectores.
Medidas concretas y realistas leídas por Ojeda sobre una tarima en la plaza de la Merced mientras la lluvia arrecia. Y llueve sobre mojado para miles de profesionales que se han quedado fundidos en negro, como los uniformes que lucen para pasar inadvertidos mientras el resto atendemos a cualquier otra cosa que pasa encima del escenario. Y si no los quieren ver, los van a tener que escuchar.
(Antonio Javier López para Diario Sur).