- El artista tira de ritmos cubanos para reinventarse en su tercer disco en solitario
Rodeado de esta formación que mezcla raíces habaneras y españolas, Ojeda entiende este álbum como una combinación entre una Cuba retro y una vuelta a sus orígenes, a la barriada malagueña en la que de adolescente fue feliz «sin salir de un barrio normal de clase media con bloques gigantes».Por mucho que parezca un salto al vacío, o una huida hacia adelante, Javier Ojeda ha optado por no abandonar la línea que emprendió hace unos años. Dentro del mundo paralelo a Danza Invisible que es su carrera en solitario, el cantante sigue empeñado en reinventarse para seguir vivo. Su tercer disco sin la banda, ‘Barrio de la paz’, arranca a ritmo de chachachá y no abandona los aires caribeños a los que se había expuesto de un tiempo a esta parte, desde que actúa al son que le marcan los instrumentos de los Hispano-Cubans.
Aparte del homenaje que en el título le hace a esta zona de Málaga capital en la que sus calles tienen nombre de compositores y viven muchos músicos, Ojeda ha tratado de abrazar canciones «que hablan de exprimir la vida, o cuentan historias de las tabernas».
El de este disco es un itinerario optimista, en el que «hay muchos ritmos afrocubanos, pero en ningún momento es salsa». «Hay géneros populares como los que tocan las orquestas de barrio, hay chachachá, rumba y swing«, explica el líder de Danza Invisible para referirse a letras que no esquivan la crisis actual.
«Quiero olvidar los problemas, la puta hipoteca, las letras del coche», tararea de repente, rebuscando entre una serie de canciones que tienen un espíritu callejero, bullicioso y cotidiano: «He intentado buscar la concordia en los barrios bajos, que para eso estamos viviendo en el país de la confrontación. No es exactamente un mestizaje indignado, lo que hay en este disco es más bien un mestizaje cínico o irónico», señala para definir un álbum en el que el pianista de latin jazz Daniel Amat es el autor de los arreglos. Además, se ha rodeado de artistas flamencos como la hija de Marisol, la cantaora Celia Flores, o el guitarrista Daniel Casares.
Pese a todo, no ve a este último álbum «tan alejado de Danza Invisible». Excepto «una pequeña ayuda» de su mánager en la distribución, él lo ha hecho todo. Desde la producción a la grabación. Aunque prefiere no hablar de riesgos: «Es imposible recuperar la inversión, pero tampoco me he planteado si era arriesgado. Así de primeras, puedo decir que, entre los seguidores de Danza Invisible, de mis trabajos en solitario éste es el más aceptado«.
Cuando actúa en solitario, la sombra de Danza Invisible es inevitable. Por eso, tiene un puñado de versiones insólitas de ‘Sabor de amor’, y es capaz de cantarla a lo ‘stand by me’, o hasta tipo Camela o en bachata: «Me da pánico ser esclavo de un repertorio, así me evito ese rollo de tener que tocar los mismos temas toda la vida».
Más allá de las rentas del revival o de los derechos de autor,actualmente trabaja hasta en 15 formatos distintos. Es su forma de sentirse vivo, de que no escaseen los bolos y de tener trabajo, aunque haya tenido que volver a cargar el equipo.
De hecho, no tiene problemas en asegurar que Danza Invisible es una más de todas estas 15 posibilidades con las que trabaja: «El otro día, llevaba sin ver tres meses a mis compañeros de Danza, desde el último concierto, y ensayamos para otro bolo y dijimos ‘coño, que bien suena esto’. Pero claro, tocamos las mismas de siempre, las clásicas. Por las circunstancias que hayan sido, es muy difícil para Danza Invisible sacar adelante un proyecto con canciones nuevas».
No obstante, niega que tenga cierto empacho de lo vivido en los 80 y los 90 con su grupo de siempre: «Si no llega a ser por lo vivido entonces, no estoy aquí ahora mismo. Lo que sí me da coraje es la involución de la gente. Hay mucha gente de mi generación que dice que como la música española de los 80 no hay nada mejor, pero es que no hablan con criterio. No han escuchado nada más las tres décadas después. La gente no escucha, identifica la música con la época de las copas y se queda ahí, no investiga».
A la vez que desgrana los sorprendentes ingredientes de su nuevo trabajo, a Javier Ojeda le asalta de súbito una pregunta. ¿Y el pop dónde queda en todo esto? «En mi manera de cantar, y en todo. Al final, esto no es un disco de música cubana, no deja de ser un disco de rock o de pop; lo que hay, por lo general en sus canciones, es mucho soul».
Suelta la respuesta y, a renglón seguido, confiesa que alguna vez se ha sentido cansado del pop: «Más bien, del pop-rock. O del pop hecho a la manera española. Son géneros que he practicado mucho. Ahora me interesan otras cosas. Aunque en el fondo soy un cantante de rock y, por más que cante otras cosas, mi estilo es el rock«, añade en tono conciliador.
Sin embargo, no reniega del secreto a voces de que se aferra a estos experimentos, a sus arriesgados discos en solitario, porque es la única forma de hacer lo que quiere en cada momento: «No quisiera que sonara a pretencioso, pero ahora mismo me veo haciendo lo que hacía muchas veces Elvis Costello. Con su banda The Attractions era, y es, absolutamente maravilloso, pero de vez en cuando dice ‘me voy a hacer un disco con The Brodsky Quartet’. ¿Por qué? Pues porque ve que se va haciendo mayor, y necesita saciar su curiosidad de grabar con un cuarteto de música clásica. Y yo también siento esa necesidad de hacer discos distintos, y de sorprenderme a mí mismo».
Su necesidad de abrir las ventanas para que le entre aire a su música ha quedado patente en el reciente Festival de Teatro de Málaga, donde Javier Ojeda ha debutado como actor, y se ha puesto al frente de un musical con idéntico título a este disco, en el que volvía al barrio de sus orígenes en tono de comedia, en un formato que él llama ‘mambópera’: «El musical empezaba con el ‘Blowin in the Wind’ de Bob Dylan, pero en chachachá’, apunta para ilustrar los derroteros por los que anda actualmente.
En estos tiempos en los que la gente no compra discos y la promoción en las radiofórmulas ya no es lo que era, a los ojos de Ojeda al músico la única herramienta que le queda es «la imaginación». «La promoción de mi anterior disco en solitario, ‘Reversos,’ fue dura, era como una hostia tras otra. Aquí no te pongo porque eres muy viejo, aquí tampoco porque has tenido éxito en el pasado y yo soy alternativo, y aquí menos porque no eres lo suficientemente hortera… Y dices: ‘joder, qué pasa, que no hay gente con la mente abierta…», se lamenta.
Además, es de los que piensa que Internet «le ha hecho mucho daño a los músicos». Prefiere, por encima de todo, agarrarse al espíritu de uno de los estribillos que afloran en este disco. Se siente «un joven que ya es un viejo swing». «Nadie sabe bien lo que les da, pero nunca se va solo del lugar, aunque ya tenga canas y barriga….», canturrea como si entonara el himno de su hoy en día. De su propia vida. De su resistencia a bajarse de «ese rollo del viejo rockero que, al final, sigue siendo el más vacilón de todos».
(Un reportaje de Cristóbal G. Montilla para El Mundo).