Desde que hace un par de años mi amigo Guille Jiménez me pidiese hacer un texto para el fantástico CD de la edición 2020 del Rockin’ Race Jamboree he notado que el interés sobre el pasado ilustre de Torremolinos no ha dejado de crecer. Un ejemplo son la continuas idas y venidas sobre lo realmente ocurrido en la redada del Pasaje Begoña o la mítica estancia de Frank Sinatra en el Hotel Pez Espada, ambas envueltas en la difusa frontera que separa realidad y leyenda. Cómo será la cosa que hasta, hace aproximadamente un año, fui entrevistado por un productor de televisión interesado en conocer datos del ambiente musical que se movía en los 60 en templos nocturnos como el Top Ten, con vistas a presentar un guión para una futura serie de TV.
Pero yo pienso que Torremolinos ha de mirar atrás a su pasado con orgullo, sí, pero no pretender volver a ser lo que fue. Los años han pasado y el antiguo pueblecito “chic” de pescadores es hoy día una moderna localidad de más de 70.000 habitantes censados –más un constante flujo de turistas de distintas nacionalidades y edades- que debería ofrecerse como lo que es ahora: un sitio donde se vive de puta madre, si se me permite lo tosco de la expresión. Un lugar lleno de contrastes donde la señora mayor pregunta a un caballero por la salud de su marido con absoluta naturalidad, donde los pubs ingleses se mezclan con las tabernas andaluzas y las grandes construcciones arquitectónicas de los 60 resisten al paso de los años mezcladas con las nuevas, como si observasen con sabiduría y un punto de humor a esos nuevos y más jóvenes intrusos.
Aquí está la clave, en el humor, porque Torremolinos es un pueblo muy divertido. Ha sido ideado como centro de ocio y eso está reflejado en el carácter de sus gentes, que tienen una capacidad de disfrutar de la vida francamente encomiable. Lugar disparatado y loco, la música que emana de sus rincones no puede ser más variada, desde los ritmos urbanos más actuales a la tradicional copla y el flamenco, por no hablar del rock español de los 80 o los recuerdos de aquella vieja música disco que inundaba sus discotecas en los 70-80.
¿He hablado de los 80? Sí, en aquellos años se fraguó la nueva ola malagueña en esta localidad, representada por bandas como Danza Invisible, si se me permite la licencia. Y es que los cambios musicales que trajeron el punk y la new wave llegaron aquí antes que a la capital, con la singularidad de albergar a las distintas tribus urbanas en perfecta armonía, incluso siendo en algunos casos opuestas en cuanto a look y/o gustos musicales, como los mods y los rockers.
Por eso lo que en principio podría parecer una idea disparatada, es decir, hacer un festival de rock de raíces americanas y añejas como es el Rockin’ Race Jamboree, ha tenido tan espectacular acogida. Asentado desde hace mucho como uno de los eventos de mayor solera del lugar, el Rockin’ Race se presenta a su 28ª (sí, tremendo) edición lleno de fuerza y ganas tras dos años de obligada ausencia provocada por la pandemia. En estos tiempos convulsos y confusos, que el Rockin’ Race vuelva se acerca a la categoría de lA GRAN NOTICIA MUSICAL del invierno 2022. Yo de ustedes no me lo perdería, porque pocos sitios hay donde el invierno sea más llevadero y pocos festivales con más joie de vivre que el histórico (redoble de tambores) Rockin’ Race Jamboree.