A continuación reproducimos la entrevista que el reputado periodista Teodoro León Gross mantiene con Javier Ojeda dentro de la sección «Paseo con figura» del Diario Sur de Málaga.
Javier Ojeda: «Cuando volví al proletariado musical recuperé la felicidad»
«Tuve la suerte de vivir los ochenta; nunca ha habido un tiempo igual para la música»
La tasca Marina Niebla está en el corazón de La Paz, en el poniente de la ciudad, entre calles con nombres de músicos, Johan Sebastian Bach paralela a Beethoven y Haydn por Chopin, a tiro de piedra del cenador de la Plaza Mozart. Por ese territorio sinfónico propone pasear el cantante Javier Ojeda, reencontrándose con la cartografía de su infancia. Casa Niebla, una antigua tienda de barrio que se fue convirtiendo en taberna, es allí su estación habitual de repostaje, y de un buen puñado de músicos, gente de Chambao o Efecto Mariposa.
El local está a medio camino de su casa, en uno de esos bloques enjambrados del barrio, y el colegio Rosario Moreno. Allí cantó por primera en público; en 7º. Tal vez recordaría eso cantando ‘Sin aliento’ en México ante cuarenta mil personas. «Entonces era raro que un niño estudiara inglés, pero mi madre me puso clases particulares. Me gustaba entender las letras de los discos.». Su profesor le pidió que cantara ‘Say It Ain’t So’ de Murray Head, que habla sobre ‘the good old days’. Y en La Paz evoca los días deliciosos de playa en la Misericordia, peleas con los gitanos, gallardas pandilleras en las acequias y juegos por los cañaverales.
«Aquí fui feliz». El cantante de Danza Invisible, voz inconfundible de alguno de los himnos generacionales de los ochenta como ‘Sabor de amor’, levanta la mirada hacia su ventana -«mis hermanos y yo llegaríamos a diez mil discos»- y repasa un tiempo en que «yo soñaba música»; escribía críticas imaginarias de discos; leía revistas desde la adolescencia, Rock Special, Vibraciones, Star. «y me empapaba de la doctrina de sexo, droga y rock&roll». Sus padres trataron de sacarlo del barrio porque ya tanteaba el punk problemático -pasó por Los Olivos y Cerrado de Calderón, «un calvario»- y al fin regresó a terminar COU en el Instituto con sus amigos que ya fumaban porros y corrían chicas.
Danza Invisible es una historia conocida. Dos grupos punk se unieron sin un ‘frontman’ con carisma, y llegó él, aunque en la primera prueba fracasó. «Yo era esa figura típica en los grupos del amigo que está siempre con ellos.». Montando ‘Tu voz’ le piden que chapurree una letra en inglés -así componían- y acaban ganando un premio clave en 1982 donde les ficha Ariola, que además los lleva a Rock-Ola , templo de la movida. Ese arranque se frenó. «Teníamos todos los pecados del rock way of life, hasta romper habitaciones de hoteles; pero nos sirvió para dejar de creernos los reyes del mambo». Hizo tres cursos de Filología, siguieron tocando y ‘A tu alcance’ en 1988 rompe con ‘Sabor de amor’, ‘Reina del Caribe’ o ‘A este lado de la carretera’. Su público ya no tenía perfil ‘siniestro’.
«Tuve la suerte de vivir los ochenta. Además del despiporre total, nunca ha habido un tiempo así para la música en España». Después las discográficas y los medios se cargaron eso; y el resto, el pirateo. «El supuesto izquierdismo de ‘la cultura para todos’ al final hace que las compañías solo apuesten por lo seguro y no arriesguen». Ahora apenas se invierte en ‘artistas en desarrollo. «Y la gente ya no tiene ni puta idea de música». Danza sigue, pero desde 2000 hace también discos en solitario, aventuras muy personales, sin pecar de nostálgico con el éxito. «A todo el mundo le gusta la fama y el dinero, pero yo siempre he querido emular a mis héroes musicales». Se fue de Torremolinos a Churriana. «Torremolinos dejó de ser Torremolinos. En tiempos venía Frank Sinatra, Brian Jones o John Lennon, y ahora lo más moderno que pasa por allí es Marujita Díaz».
Un amante del fútbol
A menudo regresa por Marina Niebla entre ensayos; su próximo disco casualmente se llamará La Paz. En la barra habla de fútbol -«me gusta mucho a mi pesar, porque representa todo lo que odio: violencia, mediocridad, chusmerío, injusticia»- y sobre todo de música, con una erudición sin fronteras, yendo de la salsa cubana de NY, al Brasil de los noventa, los sincretismos africanos. Ha hecho las bodas de plata con su chica celebrando el primer beso tras un concierto de Bowie en verano de 1987. Se le ve contento, equilibrado; sin claudicar ante el malestar de la crisis. «He recuperado la excitación que me hizo ser músico: cantar en locales pequeños cerca de la gente con un repertorio muy personal». Arriesga buscando la autenticidad, como en la portada de Reversos, donde se retrata deslucidamente en pelotas. «Cuando volví al proletariado musical es cuando recuperé la felicidad».