Conocí a Rudy Lander cuando habitábamos en la barriada del Mirador de Las Palmeras (Fase 2) a la entrada de Torremolinos. Él vivía en en la planta de arriba del bloque de mi madre y nos lo encontrábamos muy a menudo en el portal. De porte similar a un Freddie Mercury «made in Costa del Sol»» el bueno de Rudy era un homosexual que se dedicó al transformismo en sus años jóvenes y seguramente tuvo que tener una vida de lo más azarosa. Hasta donde yo sé residió en Francia durante una temporada, su nombre en el buzón era Rodolfo Hazzaz y era de extracción marroquí. Trabajó con Lola Flores durante unos años y debió ser personaje conocido de la farándula.
Me acordé de él ayer mientras veía la vajilla de colores rojo brillante que nos regaló, aún conservo y utilizo a menudo esos vasos para tomar alguna copa en casa. Una vez nos invitó a Gema y a mí a su piso y nos estuvo enseñando su colección de antigüedades y sus pósters con el membrete de Rudy Lander, su nombre artístico, recordando sus años de esplendor en antros de la costa en los que actuaba disfrazado de mujer en espectáculos varios. El caso es que tuvo que ser bien conocido en el mundillo gay, una vez apareció con el actor Vicente Parra con el que posiblemente tuvo algún tipo de flirt en sus últimos años. También me acuerdo del corte tremendo de mi madre cuando le pasó al teléfono a Lola Flores en persona para que charlase con ella. Por no hablar de cuando bajó a visitarla en compañía del mismísimo Millán Salcedo de Martes y Trece, que andaba con un colocón de aúpa.
Rudy apreciaba mucho a mi familia. Le gustaba parecer afrancesado y apenas hacía referencia a su procedencia musulmana, todavía hoy en día le suelto en broma a Gema aquello de «¿un poco de gin?» con toque sofistiqué cuando nos ofrecía un trago. Yo le caía bien por ser del gremio de artistas, pero a quien realmente quería con locura era a mi madre. Solía bajarse a que le invitase a café, ya que decía que nadie lo hacía tan bueno como ella. En realidad este hombre huía de la soledad que le atenazó en su madurez. Con el tiempo supimos que su compañero sentimental, un pianista francés, se había quitado de en medio en circunstancias no relatadas.
Busco información, alguna noticia o necrológica sobre él en internet en vano. Rudy contrajo el virus del SIDA no sabemos cuando y tuvo unos últimos años terribles: olvidado (o repudiado, a saber) por su familia, sintiendo sus fuerzas flaquear día a día y apenas asistido por un amigo alemán. Mi madre y la buena de nuestra vecina Carmen del bloque lo visitaron en el hospital con mascarillas poco antes de que falleciese allá por 1997 o así, sin que prácticamente nadie acudiese a su entierro.
Es una de las miles de historias que deben existir en este municipio tan peculiar y decadente que es Torremolinos. Símbolo de libertades en la España franquista, sus locales dieron cobijo a inadaptados de todo el mundo que necesitaban un lugar donde poder huir de la marginación y expresarse como ellos deseaban, sin gente insultándoles o censurándole su modo de vida. Torroles intenta ahora recuperar algo del esplendor perdido con una nueva corporación que intenta ir limpiando de caspa el pueblo desesperanzado y empobrecido que ha dejado el anterior alcalde. Pero es un sitio perfectamente recuperable. Lo tiene todo: clima extraordinario, mar, comunicaciones fantásticas, infraestructura hotelera, gastronomía, una juventud multicultural bella y alegre, lo que quieras.
Y también tiene historia. La suya comienza en los años 50 y 60 con las salas de fiesta, el turismo, los gays y posteriormente las discotecas. Y su intrahistoria, como diría Unamuno, la conforman tipos como Rudy Lander. Hay decenas de ellos, en cada uno el guión de una fantástica película.