En el aspecto musical, la feria Sabor a Málaga se ha concentrado con descaro en el mundo viejuno
El fin de semana la Diputación puso su granito de arena para colaborar con el caos que lleva sufriendo la ciudad entre procesiones, traslados, la maratón, los huracanes, el espectáculo de las luces de Navidad y esta actividad que hoy nos ocupa, la gran Feria Sabor a Málaga, y que a mí me pareció la más interesante de todas.
Poca gente pone en duda que Sabor a Málaga se ha revelado como uno de los mejores inventos que han recaído en la provincia en los últimos años. La idea de crear una marca que aglutine productos malagueños para promocionarla dentro y fuera de la provincia resulta convincente. Ha venido bien para darle oxígeno a la producción local: los datos oficiales señalan que el 80% de las marcas adheridas han incrementado las ventas de una marca que celebró su feria este fin de semana en la capital y que también ha resultado ser un éxito. El año pasado fue en la plaza de toros y este año ha pasado al paseo del Parque, en todo el meollo, cosa que está bien porque tenemos en desuso el Eduardo Ocón y es el único escenario decente al aire libre que nos pilla cerca. Deberían hacerse más cosas allí. Y pese a que circula la teoría por otro lado fundada de que el grueso del público de este tipo de eventos va allí a comer de gañote, lo cierto es que el evento ha aumentado sus ventas un 40% respecto a años anteriores.
Si buscamos algún inconveniente lo encontraremos en el aspecto musical, donde la feria se concentra con descaro en el mundo viejuno. La única concesión a los menores de 55 años pero que tampoco pudieran dar el pego en la ludoteca tuvo lugar el viernes, con un concierto especial de Javier Ojeda y una presentación de un remix del dj Niko OA. Lo demás se limitó a una orquesta andalusí, pandas de verdiales y una pastoral de Navidad, que como se sabe son los tres grandes estilos de música que escuchan los jóvenes actualmente.
En el apartado gastronómico también localizamos una insistencia exagerada de pasas y quesos, aunque también había mantecados, productos derivados del cerdo en general, cantidades industriales de vino dulce y otros caldos, guacamole, piquitos, patatas, y aceite de oliva suficiente como para hacer descarrilar el Orient Express. En definitiva, las cosas que tenemos aquí, despachadas a precios razonables y con el señuelo de la degustación no sólo para que lo pruebes, sino para que te sientas mal después de haberlo probado todo y entonces compres algo por vergüenza. Se ha facturado un millón de euros que van a sentar a los productores malagueños casi tan bien como lo haría una lluvia fina que dure dos semanas. Por su parte, el consumo de productos autóctonos es una de las mejores herramientas que tenemos a nuestro alcance para tratar de beneficiar a lo que nos pilla más cerca, ya que ellos también son parte de nosotros.
(Artículo de Txema Martín para Diario Sur).