La mía es una profesión con riesgos. No todos estamos preparados para soportar los vaivenes del éxito y hay gente que cuando llega a la cúspide cambia radicalmente y luego es incapaz de afrontar la pérdida de popularidad. Hay grandes artistas a los que se les va pinza directamente e intentan aliviar sus tormentos interiores refugiándose en el Islam (Sinead O’ Connor, Cat Stevens) o en la cienciología (Van Morrison, Chick Corea). Otros directamente tienen personalidades adictivas y son incapaces de controlarse cuando llegan a lo más alto, siendo muy habitual que arruinen su talento consumiendo drogas sin medida. Y luego está el tema de los egos, conozco a un montón de gente que no comprende por qué el mundo no se rinde a sus pies, y otros que directamente sufren ataques de mesianismo ridículo, en este sentido son paradigmáticos los ejemplos de Prince cuando decidió rebautizarse con un símbolo impronunciable o el más reciente de Kanye West, que ahora quiere que le llamen Ye.
Me ha dado por pensar esto mientras recordaba una lejana noche de octubre del 2009. Me habían contratado para hacer un acústico en el aniversario de la Sala El Ensanche de Vigo y compartía escenario con Germán Coppini y Manolo Tena. A Germán lo conocía de los tiempos de Golpes Bajos y siempre había tenido un trato cordial con él, a Manolo Tena no lo conocía de nada aunque ya corrían leyendas sobre su estado. Pues nada, allí me planté yo en Vigo en compañía de mi hermanita Paula G. Marfil y Rafa J. Insausti, encantados ellos dos de viajar hasta Galicia y con toda esa ilusión que tienen los músicos jóvenes cuando salen de su zona. Yo mismo estaba pasando un momento de estos de excitación musical, llevaba un año bueno de conciertos, estaba diseñando lo que sería el «Tía Lucía» de Danza Invisible y era uno de esos bolos que apetecen.
Lo recuerdo bien. Teníamos un camerino común y pude ver como el pobre de Manolo Tena, a todo esto súper agradable, balbuceaba incoherencias y seguramente de no ser por su guitarrista-cuidador, el bueno de Manolo Guerra, esa gala no se hubiese llevado a cabo. Y Germán Coppini… pues entonces creo que andaba con el proyecto este de Lemuripop que ni él mismo parecía creerse del todo. Tocó con banda completa, pero aquello no caló, o eso me pareció a mí. Pues nada, tras nuestra actuación estábamos haciendo el payaso en camerinos, celebrando nuestra joie de vivre, cantando, gritando, pleneando sobre Paula, yo que sé, como soy yo, seguramente excesivo en mi alegría pero nunca malintencionado, y hete aquí que vi como Germán se mostraba incómodo, más bien incomodísimo. Nos miraba horrorizado y esa mirada no era ni mucho menos la de un tipo enfadado o molesto, ni mucho menos. Era más bien una mirada perturbada, la de alguien que no puede soportar tener al lado a alguien feliz. Tanto me chocó la cosa que me fui con el vino y las cosas a otra parte, insisto, no estoy hablando de mal rollo en absoluto, en ese momento este hombre me pareció digno de compasión.
No sé exactamente que padecía, seguramente algún tipo de depresión. Es muy común en artistas que han tocado el cielo no saber bajar a la tierra de nuevo, según dicen el pobre de Hilario Camacho se quitó de en medio porque no supo admitir el poco éxito que iban teniendo sus discos a partir de un determinado momento. Ah, la depresión, debe ser cosa jodida. Afortunadamente nunca he tenido nada semejante, aunque como todo el mundo he tenido mis bajonas. Yo creo que lo fundamental es saber donde estás y admitir que no puedes gustar a todo el mundo, y por ende disfrutar de tu estado actual, ¿no es acaso el subirse ya al escenario un premio?
De esa noche fantástica tengo grandes recuerdos y resulta que a partir de entonces hice dos grandes amigos, llamémosle los secundarios de esa noche. Uno de ellos es el mentado Manolo Guerra, extraordinario cantante-guitarrrista que acompañaba a Manolo Tena y que unía a sus indudables cualidades como músico el ser una persona extraordinaria, por cierto en los años posteriores hice algún bolo con él en Canarias. Y el otro era el disc-jockey de la Sala El Ensanche, un artista muy apreciable llamado Juan Rivas cuyo primer álbum me parece superior a toda la obra de los ex-Golpes Bajos tras la separación. Juan es tipo gourmet en gustos musicales y no se le caían los anillos al estar ahí pinchando discos, ¿que no me puedo ganar la vida como músico? Pues a disfrutar con lo que esté relacionado, no veas el tipo lo bien que se portó con nosotros. A estos dos secundarios y a los míos, Rafa y Paula, va dedicada esta entrada, a ver cuando os veo, amigos.