Esto es lo que escribí la tarde del día 30 en el AVE Madrid-Málaga:
Me lo han intentado ocultar, pero he acabado enterándome del fallecimiento de mi gran amigo Carlos López Linares. Qué consternación siento ahora en el AVE rumbo a Málaga, estoy hecho polvo y llorando si tengo que llorar. El destino ha querido que su perdida coincidiese con la gran fiesta que vamos a montar esta noche, ¡con lo que a él le gustaban los mogollones que me invento! Te voy a dedicar el mejor concierto que pueda hacer, amigo del alma. Roto, estos versos de «Baila conmigo» son tuyos: «Si dios quisiera un día muero de viejo / y cuando llegue la hora final / abriré la ventana / para ver de cerca todo el panorama / y tomar baños de sol, baños de sol, baños de sol… ¡Mambo!»
Carlos era efectivamente un gran amigo. Siempre estuvo relacionado con la música, era digamos el «filmador oficial» de los músicos malagueños. Se encargó del DVD del concierto del 30º Aniversario de Danza Invisible, también trabajó conmigo en el proyecto «É o no é» de la Diputación de Málaga, donde hacía apañados montajes de las jornadas de música y actividades culturales en los pueblos que visitábamos. Hace aproximadamente un año y medio se le detectó un cáncer de pulmón extendidísimo y lamentablemente no pudo estar para disfrutar de la mambópera «Barrio de La Paz», liado como estaba entre quimio y radioterapias varias.
La última vez que lo vi fue en el show de «Inglis Pitinglis» en Churriana (Málaga) y ahí ya parecía que sabía que lo suyo era inevitable, no cesaba de hablar de las toneladas de material grabado que tenía en casa y que esperaba que alguien pudiese utilizar en el futuro. Ya me habían dicho que su pérdida iba a ser inminente, pero qué casualidad que coincidiese con la gran fiesta que montamos el sábado día 30 en La Cochera Cabaret. Un concierto en el que la presencia-ausencia de Carlos flotaba en el ambiente y que afortunadamente ha quedado grabado. Fue un show único, especial, mágico. Con muchos errores de ejecución pero con la emoción a flor de piel. Los músicos salían, entraban, unos llegaban, otros tenían que irse. El camerino era una auténtica locura.
Al final del show, el percusionista Barbi Pimienta me derramó un gin-tonic entero sobre la cabeza, siguiendo el último deseo de mi amigo: «Tomaros un gin-tonic a mi salud». Va por ti, Carlos.