Llevo una racha en la que parece que Morrissey se me aparece por todos lados. A comienzos de marzo mi compañero Miguel Paredes me puso su último disco cuando íbamos de camino a Dénia y pensé lo mismo de siempre, que no está mal pero que tampoco es para tanto. Hace unos días me encuentro con un poster enorme suyo en un bareto de Granada al que fuimos después de la actuación de «Rock & Roll Star» y llegué a la conclusión de que la pose del tipo, con esa inclinación tan ridícula, es la culpable de las terribles sesiones de fotos de muchos grupos «indies» aspirantes a melancólicos del año. Llego a Barcelona con Danza y en toda la prensa hablan de su futura actuación y como remate me encuentro con que mi amiga María Jesús me comenta que tiene que ir a Barna y aprovechará para verle en directo. Y yo pienso, ¿qué es eso tan especial de Morrissey?
Pues obviamente algo tiene, porque la generación inmediatamente posterior a la mía deificó a The Smiths de la misma manera que nosotros hicimos con, por poner un ejemplo, los Talking Heads de David Byrne. Pero donde yo veo tremenda inquietud, inteligencia, apabullante puesta en escena y sentido del humor a raudales en Byrne solo encuentro a un apañado contador de historias con tendencia al drama en el ex-Smiths, con indudables aciertos (sobre todo cuando se acompañaba de la guitarra de Johnny Marr, en mi opinión) y algún resbalón que otro, por no hablar de su para mí irritante tendencia a sermonear a todo quisque con la tabarra vegetariana. A mí la verdad es que tardaron en entrarme los Smiths, me gustaban algunas canciones como «Reel around the fountain» o «This charming man» pero encontraba las melodías vocales muy parecidas y me acababan aburriendo. Obviamente el paso de los años ha hecho que disfrute con discos del calibre de «The queen is dead», pero desde luego no hasta el punto de los ilusos del NME, que se han quedado tan panchos escogiéndolo el mejor LP de la historia. A veces una flipa con la prensa rockera y en particular con la inglesa. Mmm, seguramente es eso, diferencia generacional. También me pasó lo mismo con Nirvana y luego han acabado entrándome más. Lo que pasa es que la música es demasiado inmensa para quedarse tan solo con los «poseurs», por buenos que sean.
Ah, mi amiga Irene Lombard, la chica que cantaba conmigo a dueto en «Idea» (y coros en «Lágrimas») anda impresionando a todo el mundo en La Voz en el equipo de Alejandro Sanz. Qué fuerte, ¿no? Ya sabéis lo que opino de estos espectáculos televisivos, pero si esto sirve para dar a conocer a una gran vocalista, bienvenido sea. De todos modos, qué coraje que haya que recurrir a esto como única fórmula para salir adelante hoy en día, ¿dónde están esas radios audaces del pasado? ¿Por qué todos se reduce a «mainstream» contra «alternativo»? ¿No hay un espacio para veteranos no aquejados de chochez? ¿Dónde escuchamos a músicos españoles que se aparten de las corrientes principales, yo que sé, gente que se dedique al soul, al jazz, al folk o a la canción ligera de calidad? Por cierto, en la BSO de «321 días en Michigan? incluí una pieza de Irene, echadle una escucha y me contáis.
Menudo mes de mayo que me espera, van a ser hasta ¡13! los conciertos que voy a realizar con distintas formaciones. Y todo ello mezclado con ensayos, grabación de baterías, viajes… Es para estar contento. Y tengo el estímulo de la ilusión, las ganas de ir puliendo el nuevo disco. Esto, señoras y señores, es la gasolina que me mantiene vivo. Aunque desde luego sea para un público infinítamente inferior al de Morrissey.